viernes, 28 de mayo de 2010

Capítulo 8: ''Psicosis''

Psicosis

‘’Entre ataúdes enterrados, Kuko encontró la paz, y fue su tesoro preciado en momentos de días grises, lluviosos, fríos y ventosos’’. El cementerio de daba sueño, y admito que en más de una ocasión, fui a visitar las tumbas de algunas personas para intentar conciliar el sueño. Mi cabeza trabajaba durante el día intentando descifrar un montón de códigos en la pizarra, analizando ceros y unos en un monitor, fórmulas, teorías, Sócrates, esfuerzo físico, lenguas extranjeras… todo eso no había sido de ayuda –al parecer- para que mi cerebro y mi cuerpo se cansen para ir a dormir, hasta que un día no muy lejano, por fin me di cuenta: no era yo ni mi cuerpo, era solamente mi cabeza. Estaba tan atormentada la pobre que ya ni siquiera podía dormir. Mi fase REM se veía súbitamente afectada a causa de mi cerebro: incapacidad crónica para dormir adecuadamente durante la noche. Irme a la cama a las nueve de la noche no daba otro resultado que no sea estar despierto hasta las tres o cuatro de la madrugada, pasar un día sin dormir, y en el peor de mis casos: cuando se me presentó mi insomnio de casi unas veinte y ocho horas de sueño. Mi cerebro estaba enfermo, pero antes de hacérselo saber a cualquiera, quise dejar que mi insomnio desaparezca por sí solo. Era muy extraño, ya que durante el día me sentía muy cansado, en el colegio, en casa, pero con tan solo tirarme a la cama (o al sofá, en donde a veces dormía mejor), mis ganas de sueño, desaparecían. Rápidamente, influenciado por una sinusitis aguda que afectaba mi sistema respiratorio desde pequeño, en una consulta médica me recetaron Loratadina para poder conciliar el sueño, y a eso el esfuerzo físico que me vi obligado a realizar durante el día. El efecto de la Loratadina, al igual que mi desgaste físico, dieron el resultado esperado: el concilio del sueño profundo. Mi cabeza empezaba a darse cuenta de muchos procesos que la misma experimentaba, y eso me hacía menos vulnerable a cuestiones fáciles (en su mayoría) de solucionar. La voz de Simón seguía tan impregnada como siempre en mi cerebro, y recreaba los sonidos dulces que de su boca salían para quedarse en mi cabeza y en mi pobre corazón roto. El tic tac marcaba el término de cada día, que se convertía en semanas y de a poco, muy de a poco, se fue convirtiendo en el quinto mes. El colegio se tornaba cada vez más desesperante, y la tranquilidad de mi casa, calmaba esas ansias de salir corriendo que, muy a menudo, venían cargadas de sueños rotos. ''Hoppipolla'', de Sigur Ros era mi nuevo soundtrack del quinto mes.

En las calles de Valls se respiraba un aire de tristeza por las tardes tardes (con ''tardes tardes'' me refiero a los finales de las tardes, antes de que empiece la noche), recuerdo eso porque era a esa hora cuando salía a caminar, a recorrer, a mirar... a desconectar. A -más o menos- dos cuadras de mi casa, había un lugar llamado El Refugi (El Refugio, en español), y de verdad, le hacía honor al nombre. Había descubierto ese espacio en el primer mes, cuando tenía por pasatiempo caminar para ''explorar'' mi nuevo habitat natural. El Refugi era demasiado tranquilo, hasta para mí, pero me gustaba mucho pasar el rato allí. Literalmente, se podría decir que estaba situado bajo un puente. La entrada al lugar te recibía con un cartel, dejando claro que era un lugar libre de basura y cosas así. Me relajaba mucho con El Trueno Entre Las Hojas, de Augusto Roa Bastos, y a decir verdad, el paso del tiempo se hacía más ligero estando allí. Sin darme cuenta en ocasiones, terminaba mis libros más rápidamente de lo que normalmente los terminaba. Era bastante reconfortante ir allí luego de un estresante día en el Instituto, y más aun si el ambiente en casa se veía envuelto en dificultades de cualquier índole. No es que me guste escapar de las cuestiones problemáticas ni mucho menos, solo que de un tiempo a esa parte, ya me veía capaz de diferenciar problemas con los cuales es necesario combatir y con los cuales no valía la pena hacer nada más que no fuese dejarlo pasar. El quinto mes se mostró bastante duro conmigo, pero de igual manera, busqué la forma de hacerla más fácil que las demás, intentando de alguna manera llegar bien a lo que significaría el sexto mes: mi primer año cumplido con Simón. En mi cabeza todos los días recreaba la idea de cumplir ya mi primer aniversario con el que sería ya el gran amor de mi vida, pero, en paralelo, se recreaba también la idea de pensar en el tiempo que llevábamos juntos y en el otro trozo de tiempo que llevábamos separados, y éste último era el que siempre me ponía las cosas muy difíciles, y a eso se sumaba el hecho de que se acercaba el cumpleaños de Simón… y yo no estaría con él para festejarlo. Obviamente, no era precisamente lo mismo hablar y felicitar en una realidad virtual de ceros y unos que hacerlo en (por lo menos) el mismo huso horario. En ese sexto mes de exilio, grité con fuerzas mordiendo la almohada para no explotar a causa de la rabia que me producía la insatisfacción de estar separado de todas las personas con las cuales quería/necesitaba compartir mi adolescencia/juventud. El paso del tiempo era muy caótico para mí, ya que, en teoría con ‘’experiencia en supervivencia en casos de exilios inesperados’’, todo eso no me servía para nada, dado que la escala de dificultad se elevaba cada vez más. Lo que más me preocupaba de todo, era lo que significaba el hecho de estar separado de Simón, de mis amigos y -algunos- familiares, y a eso se sumaba mi otra gran preocupación: mi formación académica.

Yo era consciente de que seguir en el bachillerato del Instituto no me serviría para nada más que no sea acortar mi tiempo de sueño de la noche a la mañana. Todo eso me preocupaba demasiado, dado el hecho de que, a diferencia de lo que la mayoría de las personas creían, mi formación académica era una cuestión que me preocupaba muchísimo. Mucha gente pensaba que como yo ‘’no me esforzaba lo suficiente, no llegaba a conseguir nunca los resultados esperados en mi libreta de calificaciones’’, pero la realidad era que yo tenía (tengo) mis limitaciones académicas, y el esfuerzo que realizaba a diario era ya el levantarme todas las mañanas y sentarme en una silla a observar cómo personas de mi misma edad resolvían cosas que yo simplemente… no podía, y llegado un momento, eso me hizo sentir muy estúpido. Eran personas como yo, cargando con los mismos años, el mismo tiempo sobre la superficie terrestre, y qué tenían ellos que no tuviese yo? Yo conocía perfectamente la diferencia entre esas personas y yo: ellos tenían su proceso en marcha, el cual a mí me habían cortado siete meses atrás con la trágica noticia del viaje. Sin lugar a dudas, el exilio por el cual estaba pasando, dejaría una marca en mí, o mejor dicho, todo aquello iba a dejar una mancha en mi persona, en mi cuerpo, en lo que quedaba para entonces de mi alma, en mi cerebro, en mi formación académica, y por si fuera poco, también en mi corazón, que era (en paralelo a mi educación) uno de los más afectados por el Efecto Dominó.


Seis meses me separaban de aquella última bocanada de aire que había aspirado al lado de las personas con las cuales había compartido la mayor parte de mi vida, y en paralelo a eso, personas con las cuales había compartido emociones lo suficientemente fuertes como para poder expresarlo en palabras. La despedida en aquel Silvio Pettirossi simbolizó la destrucción masiva de lo que había construído hasta aquella fecha. Luego de eso, yo no volví a ser el mismo, y estoy seguro de que no me veo capaz de volver a serlo. Asumiendo que, a juzgar por todos los problemas posteriores, mi nivel de madurez seguía intacta en cuanto a crecimiento, y a decir verdad, era casi nulo, pero a pesar de todo eso, debo recalcar el hecho de que el exilio me ayudó a comprender y sobrellevar varios conflictos con los cuales no había podido luchar de no ser gracias a la separación que se produjo gracias al viaje. Por mirar ''el lado positivo de la situación'' (sin lado demasiado positivo, afirmo), puedo concluir mi experiencia cercana y profunda a la separación y desesperación causada por el exilio como renovadora, ya que gracias a ello, la persona que soy ahora se valora a sí misma -aunque sea en mínimas proporciones- como una persona nueva en varios aspectos, tanto a nivel físico, marcado un evidente aumento de peso, y a nivel personal, como lo que simboliza el hecho de poder analizar las cosas con cuidado antes de saltar al abismo, siempre y cuando el análisis sea necesario, dado el hecho de que en mí quedaba aún una pequeña parte de aquella persona que se lanzaba a la situación de lleno sin tomar precauciones. Me sentía renovado en cuanto a la experiencia que me había dado cuenta que gané, a pesar de que eso no fuese muy visualizado por los demás. En mi cerebro constantemente se recreaba una frase de ''Elizabethtown'', película con la cual me había sentido bastante identificado ya años atrás, gracias a su rebuscado punto de vista acerca del fracaso y sobre las consecuencias que acarrea el hecho de generar fracasos por doquier. El Instituto, ya en aquel entonces, me asfixiaba, ya que me veía a mí mismo sentado entre veinte personas más sabiendo que -probablemente- era yo el único perdido de la clase. Era muy extraño, ya que había experimentado algo parecido en mis años de la Educación Escolar Básica, entre el séptimo y noveno grado, pero solo que en el Instituto no había nadie peor que yo, cosa que se daba muy a menudo entre mis compañeros del Saturio Ríos. Me incomodaba demasiado la idea de mentir o fingir tranquilidad cuando mis amigos más cercanos me hacían preguntas sobre mi modo de desenvolverme en el ambiente escolar, ya que no me sentía cómodo afirmando que todo estaba bien, dando paso a una mentira, pero, en paralelo, tampoco me agradaba el hecho de contar lo que realmente pasaba, ya que era más que doloroso saberlo únicamente yo como para comentarlo con alguna otra persona que no haya sido parte de mi familia o Simón. Era extraña la sensación de la mentira, por lo menos a lo que mi educación consistía, ya que en mis decaídas académicas nunca me había importado demasiado asumir la culpa, pero, como ya comentaba anteriormente (hasta en capítulos anteriores), no la totalidad de la culpa era mía, cosa que no me tranquilizaba en lo absoluto. La psicosis y el cansancio me consumían la poca energía estable que me sobraba, y llegar a casa era un martirio sabiendo que diariamente traía deberes a casa, pero sin capacidad como para hacerlos, y con el paso del sexto mes, asumo que no me alcanzaba ni la capacidad ni las ganas. Lo que había significado el hecho de festejar mi primer aniversario con Simón estando separados era trágica, vista desde el punto de la separación, pero era reconfortante a la vez, ya que el diez y ocho de febrero no solo simbolizaba un número, ni solo un año de noviazgo, sino también simbolizaba el hecho de poder soportar las adversidades al lado de una persona amada, y en paralelo, todo aquello también simbolizaba la víspera de cumpleaños para Simón, lo que desataba a su vez, desesperación por parte suya al colocarse en las puertas de sus maravillosos treinta, y situarse un año más alejado de mí, y que eso se mantenga así hasta agosto, cuando las edades volviesen a estar de nuevo en relación de los trece años de diferencia que nos llevábamos.


A pesar de todo, por mi parte, esas fechas me habían hecho sentir vulnerable frente cualquier inconveniente personal que haya podido sufrir entre las semanas anteriores y las posteriores.

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