martes, 6 de julio de 2010

Love Royale

De un tiempo a esta parte, hace más o menos dos semanas y media, empecé a divagar sobre cuestiones (muy a mi estilo) tontas y poco relevantes. La cuestión es que, pasé de divagar sobre temas relacionados con el poco uso que las mujeres de Asunción dan a los zapatos de tacón, hasta cuestiones un poco más controversiales como el sexo, la religión (una vez más) y… el amor. De niño, recuerdo que en uno de los canales de aire que se adueñaba del rating los sábados por la noche, pasaban una serie que, al parecer, se volvió bastante exitosa en los últimos años (para cuando eso, yo tenía más o menos once o doce años), por lo cual en aquel entonces no sabía qué era exitoso y qué no lo era. Lo que sí recuerdo, es que entre una de sus tantas reflexiones, Carrie había conseguido llamar mi atención por completo (no por el hecho de que hubiese algún tipo de contenido sexual de por medio, sino por su reflexión en sí), y recuerdo que hacía una referencia al amor, sobre lo ridículo, inconveniente, y apasionado que éste puede llegar a ser si se ama de verdad y de manera recíproca.

No recuerdo muy bien el contexto ni el lugar en el que se plateaba la situación, pero lo que sí recuerdo es la silueta de Carrie Bradshaw, sentada frente a su computadora redactando algún que otro artículo, y esta vez, relacionado con el amor (para variar). En el episodio, Carrie regresa a su departamento un poco frustrada luego de una salida de amigas a un casino. Tampoco recuerdo con exactitud las palabras que utiliza para dar forma a su reflexión, pero sí retuve (y sigo reteniendo) el sentido que le dio a todo lo que pensó en ese momento. Por el momento, lo explico con mis propias palabras: ‘’Las personas se entregan al juego (del casino) por adicción en su mayoría, buscan el juego y sienten que sin él no son nada, no existen, y siendo conscientes de que la Casa siempre gana, las personas de igual forma y de manera desinteresada siguen apostando todo lo que tienen en juego con tal de (valga la redundancia) jugar al juego y de acuerdo a las reglas que dicta la Casa. Si el amor personificado como un casino o la Casa nos invita a jugar, nos abre las puertas de la casa, nos llena de vida y nos muestra a su vez a un montón de personas con el problema similar al de cada uno, ¿vale realmente la pena saltar al abismo y jugar(nos) las fichas con tal de.. jugar? Teniendo conocimiento del juego, el engaño que acarrea el juego, y las reglas que acarrean el engaño y el juego… ¿de verdad somos las personas tan estúpidas como para dejarnos caer en el juego, el engaño y las reglas de la Casa? Si las pocas fichas que tenemos ganadas al jugar las podemos canjear por premios más interesantes… ¿por qué apostarlas todas a la Casa? Y si somos conscientes de que la Casa siempre gana, dejándonos sin fichas, ni premios… ¿por qué seguimos apostando? ¿por qué seguimos jugando? Y para desmentir la figura retórica que simboliza la Casa como personificación del amor: ¿Por qué carajo seguimos amando?

Intenté durante mucho tiempo encontrarle una vuelta al asunto, y debo asumir con vergüenza que no encontré respuesta por la cual los humanos, inútilmente, recibimos y damos amor. Es absurdo. Durante unos minutos, personifiqué al amor (o a las relaciones amorosas) como un comportamiento igual de absurdo como la religión: Encontramos a una persona, la adoramos, la colocamos en un pedestal, hacemos favores, la amamos, realizamos actos en su nombre (actos buenos o malos, como pasa también en la absurda creencia de la religión), pero por sobre todo: caemos en la trampa del amor. Pensé en esa posibilidad para explicar el gran conflicto del amor, ese amor que nos trae problemas desde los inicios de la existencia, pero, luego de reflexionar con una persona bastante inteligente, me di cuenta de que esa explicación era errónea y con muy poca carga racional. La religión no es igual al amor, ni el amor es igual a la religión: no son igual de absurdas ni estúpidas, no son igual de dañinas ni mucho menos igual de dolorosas… dado que la religión gana al amor en todo eso, por lo cual, decidí deshacer la teoría de que la religión y el amor van tomados de la mano en cuanto a similitudes.

Dato importante: estoy enamorado.

También hay que reconocer en todo esto que, por más de que todos digan lo contrario, el amor y el cerebro no son los mejores compañeros a la hora de decidir saltar al abismo, apostar, y jugar las fichas. Una persona inteligente no se enamora, una persona inteligente busca compartir, busca sexo sin compromiso, busca el placer, busca divertirse, y lamentablemente para todos los que cometimos la estupidez inconsciente de enamorarnos, todas esas cosas vienen con el combo/paquete de amor al que estamos sujetos. Es un sentimiento innecesario, absurdo y doloroso. Ridículo, tonto y poco racional. Compartido, pero solitario a la vez. La cuestión densa dentro de todo esto radica en que las personas NO elegimos enamorarnos, no pensamos al hacerlo porque ni siquiera sabemos cuándo, cómo, de qué manera ni en dónde sucede, solo nos damos cuenta cuando (por más cursi que suene) sentimos esas malditas y asquerosas mariposas dando vueltas en el estómago, y al fijarnos en que pensamos constantemente en esa persona. No tenemos la culpa, nos enamoramos y punto. Personalmente, cabe recalcar que es un poco más complicado cuando te enamoras de alguien del mismo sexo (en mi caso, por ejemplo), o cuando esa persona no es correspondida. El amor duele. Sí, duele, solo para que lo sepan.

Duele, sí.

La cagada en todo esto es que no podemos hacer nada para reprimirlo, para apagarlo… para pararlo, ni mucho menos podemos hacer nada para dejar de estar enamorados cuando sencillamente ya lo estamos. Personalmente, odio el amor. Me vuelve irracional, estúpido, poco sobrio y pesado… pero en contrapartida paralela, AMO estar enamorado. Es un punto de vista bastante contradictorio afirmar que odio el amor pero que a la vez amo estar enamorado, pero así es. Personalmente, no aconsejo a nadie a enamorarse, pero recalcando el hecho de que sobre esas cuestiones no se pueden mandar, asumo que es absurdo.

Me siento bien enamorado, me gusta estar enamorado de mi novio por más complicaciones que tengamos en el presente/futuro, porque las complicaciones superadas en el pasado me bastan para reconocer que (maldita sea): el amor es más fuerte.

Yo estoy enamorado, y lo disfruto, y vos?

viernes, 28 de mayo de 2010

Capítulo 8: ''Psicosis''

Psicosis

‘’Entre ataúdes enterrados, Kuko encontró la paz, y fue su tesoro preciado en momentos de días grises, lluviosos, fríos y ventosos’’. El cementerio de daba sueño, y admito que en más de una ocasión, fui a visitar las tumbas de algunas personas para intentar conciliar el sueño. Mi cabeza trabajaba durante el día intentando descifrar un montón de códigos en la pizarra, analizando ceros y unos en un monitor, fórmulas, teorías, Sócrates, esfuerzo físico, lenguas extranjeras… todo eso no había sido de ayuda –al parecer- para que mi cerebro y mi cuerpo se cansen para ir a dormir, hasta que un día no muy lejano, por fin me di cuenta: no era yo ni mi cuerpo, era solamente mi cabeza. Estaba tan atormentada la pobre que ya ni siquiera podía dormir. Mi fase REM se veía súbitamente afectada a causa de mi cerebro: incapacidad crónica para dormir adecuadamente durante la noche. Irme a la cama a las nueve de la noche no daba otro resultado que no sea estar despierto hasta las tres o cuatro de la madrugada, pasar un día sin dormir, y en el peor de mis casos: cuando se me presentó mi insomnio de casi unas veinte y ocho horas de sueño. Mi cerebro estaba enfermo, pero antes de hacérselo saber a cualquiera, quise dejar que mi insomnio desaparezca por sí solo. Era muy extraño, ya que durante el día me sentía muy cansado, en el colegio, en casa, pero con tan solo tirarme a la cama (o al sofá, en donde a veces dormía mejor), mis ganas de sueño, desaparecían. Rápidamente, influenciado por una sinusitis aguda que afectaba mi sistema respiratorio desde pequeño, en una consulta médica me recetaron Loratadina para poder conciliar el sueño, y a eso el esfuerzo físico que me vi obligado a realizar durante el día. El efecto de la Loratadina, al igual que mi desgaste físico, dieron el resultado esperado: el concilio del sueño profundo. Mi cabeza empezaba a darse cuenta de muchos procesos que la misma experimentaba, y eso me hacía menos vulnerable a cuestiones fáciles (en su mayoría) de solucionar. La voz de Simón seguía tan impregnada como siempre en mi cerebro, y recreaba los sonidos dulces que de su boca salían para quedarse en mi cabeza y en mi pobre corazón roto. El tic tac marcaba el término de cada día, que se convertía en semanas y de a poco, muy de a poco, se fue convirtiendo en el quinto mes. El colegio se tornaba cada vez más desesperante, y la tranquilidad de mi casa, calmaba esas ansias de salir corriendo que, muy a menudo, venían cargadas de sueños rotos. ''Hoppipolla'', de Sigur Ros era mi nuevo soundtrack del quinto mes.

En las calles de Valls se respiraba un aire de tristeza por las tardes tardes (con ''tardes tardes'' me refiero a los finales de las tardes, antes de que empiece la noche), recuerdo eso porque era a esa hora cuando salía a caminar, a recorrer, a mirar... a desconectar. A -más o menos- dos cuadras de mi casa, había un lugar llamado El Refugi (El Refugio, en español), y de verdad, le hacía honor al nombre. Había descubierto ese espacio en el primer mes, cuando tenía por pasatiempo caminar para ''explorar'' mi nuevo habitat natural. El Refugi era demasiado tranquilo, hasta para mí, pero me gustaba mucho pasar el rato allí. Literalmente, se podría decir que estaba situado bajo un puente. La entrada al lugar te recibía con un cartel, dejando claro que era un lugar libre de basura y cosas así. Me relajaba mucho con El Trueno Entre Las Hojas, de Augusto Roa Bastos, y a decir verdad, el paso del tiempo se hacía más ligero estando allí. Sin darme cuenta en ocasiones, terminaba mis libros más rápidamente de lo que normalmente los terminaba. Era bastante reconfortante ir allí luego de un estresante día en el Instituto, y más aun si el ambiente en casa se veía envuelto en dificultades de cualquier índole. No es que me guste escapar de las cuestiones problemáticas ni mucho menos, solo que de un tiempo a esa parte, ya me veía capaz de diferenciar problemas con los cuales es necesario combatir y con los cuales no valía la pena hacer nada más que no fuese dejarlo pasar. El quinto mes se mostró bastante duro conmigo, pero de igual manera, busqué la forma de hacerla más fácil que las demás, intentando de alguna manera llegar bien a lo que significaría el sexto mes: mi primer año cumplido con Simón. En mi cabeza todos los días recreaba la idea de cumplir ya mi primer aniversario con el que sería ya el gran amor de mi vida, pero, en paralelo, se recreaba también la idea de pensar en el tiempo que llevábamos juntos y en el otro trozo de tiempo que llevábamos separados, y éste último era el que siempre me ponía las cosas muy difíciles, y a eso se sumaba el hecho de que se acercaba el cumpleaños de Simón… y yo no estaría con él para festejarlo. Obviamente, no era precisamente lo mismo hablar y felicitar en una realidad virtual de ceros y unos que hacerlo en (por lo menos) el mismo huso horario. En ese sexto mes de exilio, grité con fuerzas mordiendo la almohada para no explotar a causa de la rabia que me producía la insatisfacción de estar separado de todas las personas con las cuales quería/necesitaba compartir mi adolescencia/juventud. El paso del tiempo era muy caótico para mí, ya que, en teoría con ‘’experiencia en supervivencia en casos de exilios inesperados’’, todo eso no me servía para nada, dado que la escala de dificultad se elevaba cada vez más. Lo que más me preocupaba de todo, era lo que significaba el hecho de estar separado de Simón, de mis amigos y -algunos- familiares, y a eso se sumaba mi otra gran preocupación: mi formación académica.

Yo era consciente de que seguir en el bachillerato del Instituto no me serviría para nada más que no sea acortar mi tiempo de sueño de la noche a la mañana. Todo eso me preocupaba demasiado, dado el hecho de que, a diferencia de lo que la mayoría de las personas creían, mi formación académica era una cuestión que me preocupaba muchísimo. Mucha gente pensaba que como yo ‘’no me esforzaba lo suficiente, no llegaba a conseguir nunca los resultados esperados en mi libreta de calificaciones’’, pero la realidad era que yo tenía (tengo) mis limitaciones académicas, y el esfuerzo que realizaba a diario era ya el levantarme todas las mañanas y sentarme en una silla a observar cómo personas de mi misma edad resolvían cosas que yo simplemente… no podía, y llegado un momento, eso me hizo sentir muy estúpido. Eran personas como yo, cargando con los mismos años, el mismo tiempo sobre la superficie terrestre, y qué tenían ellos que no tuviese yo? Yo conocía perfectamente la diferencia entre esas personas y yo: ellos tenían su proceso en marcha, el cual a mí me habían cortado siete meses atrás con la trágica noticia del viaje. Sin lugar a dudas, el exilio por el cual estaba pasando, dejaría una marca en mí, o mejor dicho, todo aquello iba a dejar una mancha en mi persona, en mi cuerpo, en lo que quedaba para entonces de mi alma, en mi cerebro, en mi formación académica, y por si fuera poco, también en mi corazón, que era (en paralelo a mi educación) uno de los más afectados por el Efecto Dominó.


Seis meses me separaban de aquella última bocanada de aire que había aspirado al lado de las personas con las cuales había compartido la mayor parte de mi vida, y en paralelo a eso, personas con las cuales había compartido emociones lo suficientemente fuertes como para poder expresarlo en palabras. La despedida en aquel Silvio Pettirossi simbolizó la destrucción masiva de lo que había construído hasta aquella fecha. Luego de eso, yo no volví a ser el mismo, y estoy seguro de que no me veo capaz de volver a serlo. Asumiendo que, a juzgar por todos los problemas posteriores, mi nivel de madurez seguía intacta en cuanto a crecimiento, y a decir verdad, era casi nulo, pero a pesar de todo eso, debo recalcar el hecho de que el exilio me ayudó a comprender y sobrellevar varios conflictos con los cuales no había podido luchar de no ser gracias a la separación que se produjo gracias al viaje. Por mirar ''el lado positivo de la situación'' (sin lado demasiado positivo, afirmo), puedo concluir mi experiencia cercana y profunda a la separación y desesperación causada por el exilio como renovadora, ya que gracias a ello, la persona que soy ahora se valora a sí misma -aunque sea en mínimas proporciones- como una persona nueva en varios aspectos, tanto a nivel físico, marcado un evidente aumento de peso, y a nivel personal, como lo que simboliza el hecho de poder analizar las cosas con cuidado antes de saltar al abismo, siempre y cuando el análisis sea necesario, dado el hecho de que en mí quedaba aún una pequeña parte de aquella persona que se lanzaba a la situación de lleno sin tomar precauciones. Me sentía renovado en cuanto a la experiencia que me había dado cuenta que gané, a pesar de que eso no fuese muy visualizado por los demás. En mi cerebro constantemente se recreaba una frase de ''Elizabethtown'', película con la cual me había sentido bastante identificado ya años atrás, gracias a su rebuscado punto de vista acerca del fracaso y sobre las consecuencias que acarrea el hecho de generar fracasos por doquier. El Instituto, ya en aquel entonces, me asfixiaba, ya que me veía a mí mismo sentado entre veinte personas más sabiendo que -probablemente- era yo el único perdido de la clase. Era muy extraño, ya que había experimentado algo parecido en mis años de la Educación Escolar Básica, entre el séptimo y noveno grado, pero solo que en el Instituto no había nadie peor que yo, cosa que se daba muy a menudo entre mis compañeros del Saturio Ríos. Me incomodaba demasiado la idea de mentir o fingir tranquilidad cuando mis amigos más cercanos me hacían preguntas sobre mi modo de desenvolverme en el ambiente escolar, ya que no me sentía cómodo afirmando que todo estaba bien, dando paso a una mentira, pero, en paralelo, tampoco me agradaba el hecho de contar lo que realmente pasaba, ya que era más que doloroso saberlo únicamente yo como para comentarlo con alguna otra persona que no haya sido parte de mi familia o Simón. Era extraña la sensación de la mentira, por lo menos a lo que mi educación consistía, ya que en mis decaídas académicas nunca me había importado demasiado asumir la culpa, pero, como ya comentaba anteriormente (hasta en capítulos anteriores), no la totalidad de la culpa era mía, cosa que no me tranquilizaba en lo absoluto. La psicosis y el cansancio me consumían la poca energía estable que me sobraba, y llegar a casa era un martirio sabiendo que diariamente traía deberes a casa, pero sin capacidad como para hacerlos, y con el paso del sexto mes, asumo que no me alcanzaba ni la capacidad ni las ganas. Lo que había significado el hecho de festejar mi primer aniversario con Simón estando separados era trágica, vista desde el punto de la separación, pero era reconfortante a la vez, ya que el diez y ocho de febrero no solo simbolizaba un número, ni solo un año de noviazgo, sino también simbolizaba el hecho de poder soportar las adversidades al lado de una persona amada, y en paralelo, todo aquello también simbolizaba la víspera de cumpleaños para Simón, lo que desataba a su vez, desesperación por parte suya al colocarse en las puertas de sus maravillosos treinta, y situarse un año más alejado de mí, y que eso se mantenga así hasta agosto, cuando las edades volviesen a estar de nuevo en relación de los trece años de diferencia que nos llevábamos.


A pesar de todo, por mi parte, esas fechas me habían hecho sentir vulnerable frente cualquier inconveniente personal que haya podido sufrir entre las semanas anteriores y las posteriores.

sábado, 22 de mayo de 2010

Capítulo 7: ''Exilio''

Exilio

Una impresión no muy agradable me habían dejado aquellas carreteras de Barcelona, y en el automóvil, con mi madre y mi hermana, yo había preferido echarme a dormir, e imaginaba que tal vez al despertar, me vería yo tumbado en mi cama, y en el mejor de los casos, en la cama de Simón, teniéndolo tan cerca de mí, como lo sentía en todo momento. Dormí durante casi todo el transcurso del viaje, no quería hablar de nada, y mucho menos sobre lo ‘’agradable que era poder tener aquel sueño casi realizado de una vez’’. Era horrible, pero lo peor, recién estaba a punto de comenzar, y ésta vez, era para rato. Me sentía tan desplazado de la persona que había sido durante dieciséis años, hasta me era ajeno a mí mismo. Nunca había experimentado igual grado de dolor (de ningún tipo), estaba tristemente acorralado.

Bajar las maletas del automóvil para subirlas por las escaleras hasta un tercer piso, no era precisamente la mejor bienvenida. Yo no tenía hambre ni sed, y lo único que quería era, en realidad, hablar con Simón, tirarme en la cama a dormir y no salir. No quería hablar con nadie ni de nada, quería solamente cepillarme los dientes, darme una ducha y dormir. En la puerta de aquel funesto departamento, una ‘’cálida’’ bienvenida de mi prima Silvia, nos había recibido ya con la comida servida en la mesa. Recuerdo que, absurdamente, hasta brindaron por nuestra llegada, y yo que antes de salir de Paraguay, ya quería volver. Seguía teniendo ganas de dormir, y eso hice. Una ducha de lágrimas dio paso a un ligero rebote sobre mi –no muy cómoda- cama. En mis sueños, me veía reflejado en un montón de espejos de mi pasado, que una parte de mí deseaba romper. Una de las primeras cosas que hice después, fue llamar a Simón. Escuchar su voz de nuevo hizo que mi pulso se acelere, estábamos lastimados, y eso se notaba en ambos. Todo eso, dolió muchísimo, pero, por ‘’suerte’’, al conectarnos en el Chat electrónico, la comunicación era más fluida, menos costosa y un poco más ‘’real’’. De igual manera, toda esa situación hacía que todo fuese mucho más difícil de lo que por sí, en un principio, ya era, con la crisis de Paragay, la fiscalía y las múltiples denuncias hacia Simón (en su mayoría, por mi causa). Todo eso era un suplicio, y no veía la hora de que todo eso acabase de una vez, de poder volver sin cadenas a Asunción, estar rodeado de mis amigos, de Simón, de mi entorno natal. Mi añoranza no simbolizaba una cuestión de patriotismo ni un fanatismo hacia lo que Paraguay tuviese, sino más bien, por la simple razón de que todo lo nuevo me era ajeno y viceversa. Necesitaba sentirme parte, y en Valls, nada (ni nadie) hacía que yo me sintiese parte de nada. Desplazado, una vez más, Kuko. Desolado, una vez más, Kuko.

Los jefes de mi padre (que ya en una ocasión habían ido de visita a Paraguay para conocer el país y al resto de mi familia), nos habían invitado a cenar al día siguiente. ‘’Dios!’’, que acorralado me sentí aquella noche, dado que mi máscara aún no estaba recuperada del trauma que sufrí, y por lo tanto, aún estaba fuera de uso. Aquella máscara hablaba por sí sola: ‘’Todo muy bien; sí; me encanta; delicioso; perfecto; disfruto mucho de esto’’, y las dos mentiras más gordas que esa máscara podía decir eran: ‘’Estoy bien’’ y ‘’No pasa nada’’. No es que ‘’no me pasaba nada’’, sino que, me pasó de todo! Por suerte, esa cena terminó. La noche se hizo más noche y yo me encontraba en mi habitación, la cual tenía una ventana, por la cual entraba un pedazo de luz, el cual me iluminaba, y me hacía sentir –aún más- dentro de una cárcel. El resto, parecía normal, o por lo menos eso aparentaba. Se hizo de día luego de cuatro horas de ojos cerrados, sin sueños ni ganas, y mi padre había empezado a pensar en los trámites correspondientes para los tres: el documento de identidad, los papeles para convalidar los estudios, y demás. Unos cuantos viajes de medias horas a Tarragona hicieron posible todo eso, como si fuera poco ya el hecho de todo lo que había pasado, debía, ahora, enfrentarme a la desgraciada idea de relacionarme con… personas! (sí, personas de verdad). Trágica idea la de mis progenitores, todo aquello. Trágica idea. Adriana y yo estábamos en una situación embarazosa y desagradable, pero, la diferencia estaba en que ella se acostumbraría, tarde o temprano, a toda aquella avalancha que, en algún momento, iba a atacarla. Ella, sería víctima de aculturación, y nadie podía hacer nada por remediar eso. Mientras tanto, mis padres seguían esperanzados con la idea de traer a Pachy y a Gabriela con nosotros, y fue allí en donde el pánico entró para mí: Pachy. La historia de la vida amorosa de mi hermana mayor, gira en torno a ‘’Caperu’’ (se llama Edgar, pero, era un seudónimo inventado por no se quién, no sé cuándo), su novio desde (prepárense) diez años, sí, diez años. Siempre estuve convencido de que ellos ya estaban casados el uno con el otro, aunque ese compromiso no sea de forma legal ni ‘’formal’’ en sentido de papeles que demuestren todo eso, pero, ése no es el punto. El punto que en realidad me preocupaba, era éste: si el viaje me afectó a mí de la manera en que me afectó, cómo iba a sobrellevar ella el hecho de separarse de la persona con la cual había compartido ni más ni menos que diez años de su vida? Aparte de que, simbólicamente, Caperu estaba ya casado con Pachy, él estaba casado ya con todos los miembros de mi familia. Él es y seguirá siendo el mejor partido que Pachy pueda tener. La idea de lo mucho que todo el tema del viaje le pudiese afectar a ella, me aterraba demasiado. Pero, quedaba claro que era una decisión suya la de viajar o no. Sentía un poco de envidia el ver que ella, ya con una autonomía legal de veinticinco años de edad, pudiese tomar decisiones por sí misma, que era, en el fondo, lo que yo quería y necesitaba para poder salir. Sé que todo lo que mis padres habían hecho, el esfuerzo, el tiempo, y el dinero invertido en ése proyecto, era para –lo que ellos creían- nuestro bien, y me dio muchísima pena el hecho de que eso no haya sido así, y más pena aún, me daba el hecho de que no escucharon lo que yo decía, lo que yo quería, lo que yo necesitaba para ‘’mi bien’’. Exiliado en un continente ajeno, me sentía un ser extraño a todo lo que me rodeaba. Salí unas cuantas veces a recorrer la ciudad, para conocerla. Asumo que eso no era por diversión, sino por la simple necesidad de escapar de aquel apartamento fúnebre que me atormentaba con cada día que pasaba… y se cumplió, así, la primera semana. El exilio me había consumido las ganas de ser, y por ello, necesitaba salir y caminar. Recuerdo que un domingo, muy tranquilo, salí a caminar por las calles solitarias de Valls, eran las dos de la tarde, y el sol estaba fuerte, pero, necesitaba salir, así que con música en los oídos, y un dolor insufrible en el alma, me dejé llevar por el andar que mis pies daban sobre las aceras angostas de la ciudad. Calles cruzadas entre sí me mareaban de vez en cuando, cuando de una acera pasaba directamente a otra sin darme cuenta, y de ésta nuevamente, retornaba a la anterior. Caminé durante más o menos dos horas, dando vueltas, ‘’explorando’’, recorriendo las calles, y al lugar al que llevaban cada una de ellas. Fue aquel día cuando descubrí mi nuevo lugar preferido, luego de recorrer, creo yo, casi todo el pueblo: el cementerio de Valls. Era muy tranquilo y apacible aquel cementerio, y la idea de estar entre un montón de muertos desconocidos, me entusiasmaba, ya que yo estaba muerto, y hasta me desconocía a mí mismo. Permanecí allí, sentado un banco, escuchando música tranquilamente, tuve un poco de sueño, y me acosté en el banco. Que el vigilante del cementerio me encontrase allí acostado no me preocupaba demasiado, mentir era fácil, y dado mi notable estado de ánimo en un cementerio un domingo por la tarde, eso sería más fácil aún. Me sentía cansado, por caminar y por todo en general. Cerré los ojos, y me relajé al compás de la música en mis auriculares, pero no me dormí. Eventualmente, luego de más o menos media hora estando acostado allí, tuve ganas de dormir. Evidentemente, caminar dos horas bajo el sol de un domingo tranquilo, luego de pasar una semana horrible en un lugar desconocido, y a eso, sumado mi estado anímico, estaba cansado. Eran las cinco y doce cuando salí del cementerio, lo recuerdo por el enorme reloj que estaba situado en la punta misma de la puerta. Ése era, desde ya, mi sitio, mi lugar de huída.

Las semanas pasaban lentamente, el Chat con Simón era doloroso, tanto por la calidad del Chat, como por lo que simbolizaba el hecho de estar separados. Todos los días, a las seis de la tarde, mi cita premeditada con el dolor estaba prevista entre cuatro paredes con extraños a los costados. La idea de saber que mi voz viajaba por un montón de señales y cables, para llegar a sus oídos, y que lo mismo pasaba conmigo, me hacía vulnerable. Me era extraña la sensación de dar pasos hacia adelante, conociendo la posibilidad de caerme sobre mi rostro en el suelo. Me faltaban mis amigos, me faltaba el resto de mi familia, me faltaba Simón, me faltaba la vida. En aquel entonces me sentía aun más abatido por la idea del colegio, y lo que todo aquello provocaría en mí. Recuerdo que con mi padre, fuimos a Tarragona, para convalidar mis estudios académicos con el curso de aquí, y almorzando, vi pasar a un grupo de chicos más o menos de mi edad, todos juntos, riendo, y más de uno, saltando por la calle, y pensé: ''lo peor, aún no llega'', y así fue. Un miércoles, a mitad de semana, fue cuando debía empezar las clases en el que sería mi nuevo colegio (que en realidad, era un Instituto) que estaba en la misma ciudad. De hecho, el instituto quedaba tan cerca que iba caminando. Miércoles, a mitad de semana, y según el horario, debía empezar con educación física ya a primera hora, lo cual me hacía sentir muy desganado de por sí. Miércoles, a mitad de semana, y con las clases ya en curso para el resto de los que serían mis nuevos compañeros, yo empezaba lo que sería el primero de bachillerato, el en grupo B con especialidad en Tecnología, la cual, sin darme cuenta, había sido la carrera equivocada para mí, ya que desde el principio del curso, hasta la fecha, ha sido un completo suplicio el llegar todos los días a clase y no entender de qué hablaban, y no solo por lo que simbolizaba el hecho del Catalán como lengua, sino por lo que simbolizaba el hecho de que yo estaba un año y medio adelantado de lo que había estado acostumbrado y preparado para hacer, a eso, sumado que yo nunca había sido un alumno excelente, pero, sí era muy bueno a pesar de los ‘’tropezones’’ académicos que acostumbraba tener, pero de las cuales me recuperaba con creces. Mi preparación académica no estaba al corriente de las clases, de la lengua, de casi nada, y más aun con materias académicas que yo no había hecho nunca. A todo el corte académico que tenía, se sumaba el desgaste anímico que significaba para mí, la idea de no poder relacionarme con los demás, a causa y efecto de la lengua, y lo que significaba más aun: la confianza. En esos momentos yo no necesitaba conocer a nadie, lo que necesitaba era una persona conocida en la cual pueda depositar mi confianza para poder hablar de cosas que realmente importaba: lo que significaba para mí y para mi formación académica el hecho de estar rodeado de personas ajenas y un montón de cosas extrañas, tanto culturales, de costumbres, y más aun en lo académico. Yo tenía (tengo) mis limitaciones para todo, y el instituto era ya una de las principales limitaciones que tenía. Esperando en la conserjería, por fin se acercó una profesora con ropa deportiva. Me saludó, me había pedido mi nombre completo para apuntarlo en su lista. Se llamaba Candela, y era mi nueva profesora de educación física (práctica y teórica). De camino al patio, en donde estaban los demás, habíamos entablado una pequeña conversación sobre mí (la cual me era muy natural), preguntándome de dónde era, mi edad, y cosas así. Llegamos al patio, y lo más llamativo fue que no había un solo lugar verde. Estaba tan acostumbrado a los espacios verdes en Saturio Ríos que me atormentaba (sí, atormentaba) la idea de no tener un lugar cómodo en el cual echarme a leer, o simplemente recostarme para relajarme, como tenía acostumbrado en mi antiguo colegio. Me golpeó la vista todos los espacios de cemento y piedras que había, pero, tampoco podía decir nada. Me presentó a mis compañeros, y fue –por primera vez- un episodio peor que cuando te cantan ‘’cumpleaños feliz’’ y no sabes qué hacer. Obviamente, con cara de amabilidad, di un saludo en general. Un cambio de ropa rápido y comenzamos la clase corriendo alrededor de uno de los dos ‘’campos’’ de fútbol que ocupaban más o menos el setenta por ciento de lo que sería ‘’el patio’’. Me había remitido a correr y nada más, trotar a lengua suelta y correr con el pecho casi parado. Recuerdo que era un ejercicio en pareja que consistía básicamente en que mientras uno corría durante un lapso de tiempo predefinido, el otro contaba y anotaba las vueltas que el otro daba alrededor del campo. Luego de la explicación de Candela para los demás, me lo explicó en español/castellano a mí. Lo había hecho bien, pero, me incomodaba el hecho de no poder intercambiar más de dos o tres palabras por minuto con mi pareja, era un hecho era extraño y a la vez insípido para mí, ya que siempre me había llevado bien con una mayoría en mi entorno social, ya sea en el colegio o en cualquier parte. Entre ducharme y cambiarme de ropa de nuevo para seguir con las demás clases del día, los demás se habían adelantado y me sentía –estaba- perdido tanto de lugar como de sensación. Candela me acompañó a mi clase, y me había explicado el manejo de los horarios de clase, que consistía básicamente en buscar en el horario el numero de aula y el edificio correspondiente, pero mi profesora me había dicho que era mejor que ‘’por ser ésta la primera semana, sería mejor que sigas a tus compañeros a donde vayan’’. Obviamente, no lo hice a la perfección, al parecer. Recuerdo que ese primer día de clases, luego del receso, no soporté y volví a casa, abrí la puerta y me tiré a la cama. Creo que pasó media hora más o menos para cuando mi madre se dio cuenta de que había llegado. Me sentí muy desplazado y sin lugar, y eso me había hecho sentir muy mal, tanto que no salí de mi habitación sino para hablar con Simón. Al día siguiente, obviamente, volví a clases pero, ya estaba preparado en cuanto a lo que al cronograma de clases consistía, sólo era cuestión de prestar atención y concentrarme en… mí. Terminé, recuerdo, la primera semana de clases, y ese viernes tan esperado era una especie de recompensa para todo, aunque me ponía de mal humor saber que el viernes duraba tan sólo dos días. Los días pasaban y el Messenger se hacía cada vez más exquisito a la hora de poder hablar con Simón, y eso me frustraba demasiado, hasta que, luego de unas tres semanas, más o menos, encontramos una mejor forma de hablar: el Skype. Con unas seis semanas para Navidad, treinta días habían pasado, y cada minuto para mí, tenía su equivalencia en horas, y las horas en días, así que, queda claro que los días pasaban como meses. El frío había invadido ya una gran parte de Valls, sus calles angostas reflejaban para mí lo pequeño que somos todos en el universo, pero simbolizaban, en contrapartida, lo grandes que pueden llegar a ser algunas personas (yo no, claro está), sino, muchas personas. La añoranza era cada vez más trágica: necesitaba caminar por las calles tomando a Simón de la mano, poder viajar en un bus casi lleno, haciendo bromas con Gabriela o Pachy, la sensación de libertad con cada tereré en la casa de Claudia se había desvanecido, y las cátedras entre cuatro paredes amarillas, en contraste con el blanco y el bordó, permanecían tan ausentes y fusas en mi memoria. Necesitaba sentirme vivo, anestesiar mi dolor, y fue allí en donde uno de los próximos problemas más graves de mi juventud, había dado su primer paso (ayudado e influenciado por mi dolor y por mí): se hacía llamar ‘’Absolut Vodka’’, y fue (es) mi amiga en momentos de desesperación.

‘’Entre ataúdes enterrados, Kuko encontró la paz, y fue su tesoro preciado en momentos de días grises, lluviosos, fríos y ventosos’’. El gris del cielo que miraba, con la cabeza recostada sobre un banco, me dejaba tranquilo. Pensaba en Simón y en mí, en nuestra vida después de que todo eso se acabe. Mi penitencia en España era lo suficientemente dolorosa, y a pesar de todo, lo estaba sobrellevando bien (dadas las circunstancias). Todo eso, algún día no muy lejano, tendría sus frutos, y la felicidad adelantada que sentía por el simple hecho de imaginarme al lado de mis amigos, y de Simón, me llenaba de ganas, así que, mi cementerio era (es) mi lugar favorito, ya que entre tantas personas muertas, yo estaba vivo, en cuyo caso, me sentía mejor. En casa, las cosas iban relativamente bien: la añoranza nos había tocado a todos de maneras distintas, pero, en los dos primeros meses, se me hizo bastante difícil poder sonreír de nuevo con gracia absoluta y no fingiendo una mueca descompuesta en mi rostro. Las cosas se presentaban de manera estable, a pesar de un leve dolor en la pierna de mi madre, de los problemas de Adriana con el inglés del colegio, y de las horas extras de mi padre. Como expresé anteriormente, las cosas estaban estables, dadas las circunstancias. El tiempo, igual de cruel como siempre y aun más con todo lo que había pasado, transcurría a paso de tortuga, y tan doloroso y decepcionante, como la sensación del conejo cuando la tortuga ganó la carrera. La sensación que me dejaba el tic tac en el segundero no era nada buena, y me atormentaba con cada día que pasaba. Parecía increíble que los días, mientras que para el resto de las personas pasaban rápidamente, para mí pasaban como minutos buscando las doce, y las campanadas de una iglesia cercana a mi casa, me dejaba con la idea de que pasaban las horas lentamente. Y llegó el tercer mes, el mes en el cual, con ya muchísimo tiempo de anticipación, sabía que iba a ser el mes en el cual iba a medir mi resistencia: si en tres meses no me agradaba estar allí, ya no me agradaría para nada. El tercer mes fue la prueba que le hice a Valls, y evidentemente, a juzgar por mi ‘’hoy en día’’, asumo que la prueba la gané yo. Lo más doloroso de mi estadía en España, fue sin lugar a dudas, el hecho de dejar atrás a mis amigos, a Simón, a mi familia, pero, otro hecho que me había hecho sufrir bastante, en paralelo a mis remordimientos a causa del exilio, era mi penosa situación académica. A mediados del tercer mes en el Instituto, me di cuenta de que no se trataba solo de que no tuviese amigos ni ‘’colegas’’, y no se trataba tampoco del simple hecho que significaba el exilio académico, sino que se trataba de que estaba tan perdido entre las cuatro paredes rodeado de veinte personas más, y aún peor: lo que significaba el hecho de sentirme estúpido a causa de mi retraso. La culpa, obviamente, no era mía, pero todo ese coctail de sensaciones me hizo sentir como un extraño, un intruso. Ellos estaban académicamente adelantados y, no bastando eso para complicarme las cosas, se sumaban las materias que yo nunca había tenido. Un año y medio de adelanto académico suponía para mí una razón importante para hartarme del Instituto. Una de las cosas que más me dolía (duele) también, era el hecho de saber que la época del colegio -de la que casi todas las personas hablan con creces y con recuerdos divertidos- para mí simbolizaba un suplicio. Levantarme a las seis de la mañana para ir al Instituto durante siete horas sin aprender ni hablar nada era una razón importante (una vez más) para sentirme perdido.

Los días y las semanas igual de lentas, pasaron. ‘’Derrotado-me, has’’ era mi nueva frase dirigida al exilio y al tiempo. El Skype se tornaba dificultoso en algunos momentos, pero, el resonar de la voz de Simón en los auriculares se quedaba tan impregnado en mi cabeza, que a veces fantaseaba con la idea de hablar y escuchar, cuando en realidad le hablaba a una almohada. A veces me quedaba dormido haciendo eso, abrazando la almohada y contándole todo lo que había hecho en el día. De alguna manera, trataba de engañar a mi cerebro, recreando conversaciones fusas entre nosotros dos (Simón y yo, no hablo de la almohada). Obviamente, más allá de hablar, nada más podía hacer con la almohada, ya que su consistencia no era suficiente y tampoco me emocionaba la idea de ‘’hacerlo’’ con un saco de goma espuma. Durante los primeros cuatro meses que había permanecido en Valls, había conciliado un sueño ligeramente reafirmante, pero, luego las cosas se complicaron un poco más, y fue allí donde mi cabeza se quedó paralizada.

viernes, 21 de mayo de 2010

Capítulo 6: ''Efecto Dominó''

Efecto Dominó

Me sentía libre… con fuerzas… con ganas de seguir… pero sin darme cuenta de que lo peor se había aproximado cada vez más, y con el tiempo, ese sentimiento iría creciendo. Yo había muerto por dentro cuando surgió la noticia del repentino viaje de mi familia a España, junto a mi padre, y no era para nada de mi agrado. Sin lugar a dudas, aquel viaje iba a matarme, y… a juzgar por todo (así fue). De haber sabido que me iba a enamorar de esa manera, de aquella mirada suya, y de aquellos labios suyos, nunca (nunca) hubiese dado el ‘’sí’’ a aquel viaje.

Estoy seguro de poder soportar, aguantar y seguir con todo hasta que por fin llegue el tiempo de avanzar juntos los dos, y poder vivir felices como lo deseamos. De alguna manera, asumo que todo eso me hizo sentir bastante mal, y sin ganas. Alguien me había levantado y vuelto a tirar a la pared, cayendo mi cuerpo en un basurero, y mi alma, en manos de Simón. El fue, y sigue siendo, el mejor guardián de lo que queda del alma de Kuko. Hasta ahora, y por mucho tiempo. 16 de septiembre del 2009: cómo iba yo a estar listo para esa fecha? La simple y (en contrapartida) asfixiante idea de separarme de Simón me mataba por dentro, y todo eso se notaba por fuera. Desde aquel domingo que marcó la inexistencia del alma de Kuko, todo se volvió gris, y el único que le daba color a todo, era Simón Cazal, con nombres, apellidos, alias, seudónimos y apodos, con mayúsculas o sin ellas, él era el único. Recuerdo un viaje en un Areguá, a mi destino, con un trozo de carne y con una cama en el suelo, intenté remediar lo que había causado y destruido aquella notificación: mi vida. Sin lugar a dudas, y mirando en retrospectiva todo lo que pasó y quedó atrás, puedo rememorar que nunca estuve de acuerdo, y que de verdad todo aquello iba a amargarme por semanas, meses (…años). Cada semana pasaba, cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. No podía imaginarme que en algún momento, debía despedirme de todas las personas, y todas las cosas que habían formado parte de mi vida hasta aquel entonces, me sentía perdido en el mundo de nadie. El colegio, mi colegio, mi casa de sueños en el cual había pasado nada más y nada menos que once años de existencia, dentro de formaciones de paredes de cuatro en las cuales había reído sin parar, había soñado, había aprendido, llorado, cantado… había establecido un vínculo afectivo con aquella Institución, y saber que debía dejarlo, y dejar a la gente que estaba en ella, me ataba a la trágica idea de no-supervivencia. Suena extremista, pero, cómo iba yo a darle la cara a un problema que me superaba de aquella forma? Todas las formaciones con cantos de himnos mal entonados, sonando en un unísono de voces de críos en aquellos años de primaria… perdidos? Todos aquellos juegos tontos que inventábamos viéndonos envueltos en el pensamiento de crear cosas nuevas para escapar del molde… no volverían jamás? Y, lo peor de todo, quién sino yo mismo iba a entender lo que significaba para mí la idea de dejar al Saturio Ríos para verme involucrado en algo que no me haría feliz en lo más mínimo? La idea de dejar de lado al colegio, y a las personas, y a todo lo que ellas habían hecho por mí, y crear a la persona que era en aquel entonces, no era una ‘’excusa’’ suficiente como para aún más tarde, enfrentarme a problemas mucho peores?

No solo por el lado del colegio tenía problemas, sino aún más al pensar en la parte de mi familia que debía dejar atrás: mis tíos. Asumo que no será de agrado para muchos el que tenga (yo) que tener preferencias en cuanto a mi entorno familiar, pero evidentemente, así es. Mi tía Lilia y mi tío ‘’Pepe’’ eran mi familia más cercana luego de mi familia nuclear, y eran éstas dos las que importaban realmente. A los hermanos de mi madre (llamados tíos y tías nada más), poco o nada conocía, y tampoco conocía a los padres de mi madre. No me había alcanzado el tiempo para conocer a mi abuela materna (o mejor dicho, no le dio tiempo a ella para conocerme). Por parte de mi padre, desde que recuerdo que era pequeño, habíamos llevado a cabo viajes a Horqueta, la ciudad natal de mi padre y su familia, que era una ciudad –prácticamente- borrada del mapa del territorio (cosa que, no cabe destacar). En Horqueta vivía una parte de la familia de mi padre, que se basaba prácticamente en su padre (llamado abuelo), su hermana menor (llamada mi tía), casada, con hijos, unos cuantos primos (de mi padre y de mis hermanas), y demás conocidos de mi familia ajenos a mí. Esa parte de mi familia, era importante, por decirlo de alguna manera. Era el resto de la familia de mi padre, pero, a mi no me agradaba estar ahí, en Horqueta, razón por la cual, no puedo decir que me haya sido difícil desprenderme de aquel trozo de familia paterna que tenía. Eran… conocidos, de alguna manera, con un lazo fraternal –nada más que genético- que nos unía. Ellos eran agradables, y muy cálidos, pero, en 17 años, creo que sólo recuerdo haber ido unas tres o cuatro veces, por más o menos tres o cuatro días, así que, ‘’lo que no se conoce, no se quiere’’. En resumen, mis tíos eran la segunda familia que me había acogido y abierto las puertas de su casa desde que tengo uso de razón, y son como mis segundos padres (dejando de lado las ‘’figuras paternas’’ que ejercían mis padrinos atados desde siempre a un extraño y absurdo hábito, que algunas personas llaman ‘’religión, así que, no cuentan). Desprenderme de los domingos en familia, con mis tíos, mi primo, los asados, compartir esos momentos de alegría, todas esas cosas, se habían perdido (y ésta vez, para siempre), y eso me tenía muy alterado en todo momento.

Mis amigos, mis mejores amigos, los amigos a los que llamaba amigos, pero que no lo eran, los que hacía creer que eran mis amigos, y los que creían que eran amigos míos, los buenos, los malos, los no tan malos, los mejores, los peores, los mentirosos y los insoportables pero a la vez, graciosos… cómo iba a ser fácil el adiós contando a todos ellos, quienes habían formado parte de mi vida desde tanto tiempo? Estaba destruido… estaba (mejor dicho) derrotado. Y Simón, sin lugar a dudas, la parte más dolorosa de toda esa cuestión. Él era el amor personificado, la perfección en forma de hombre (y vaya hombre!). Él era (es) lo que cualquier hombre quisiera tener al lado, y… yo que, forzada y obligadamente, me alejaba de él, no podía creer el daño que le causaba. Era un dolor insufrible, me superaba la idea de abrazarlo y contenerme las ganas de llorar, al saber que dentro de poco, todo eso se iba a acabar (físicamente hablando). La idea de terminar con fantasías hechas realidad, como la de de entrelazar mi cuerpo con el suyo, de besar sus mejillas suaves, de mirar esos ojos marrones, de tocar aquel despliegue de castaños rojozos que se deslizaban entre mis dedos, y de pasear mi barbilla por aquel camino de poros sudorosos, con aroma a amor y deseo, que me acercaban a la entrada de un mundo superior, dulce y hermoso… todas esas fantasías, quedarían impregnadas en mi cabeza, en mi corazón, y en lo que quedaría de mi alma, luego de aquel 16. Simón, mi Simón, mi amor… mi precioso… Cómo iba a saber yo que tanto mal le había podido provocar yo? Pensar en todas las tardes limitadas, las contadas mañanas, en las cuales podía disfrutar del pesado sueño que lo mantenía tan ligero sobre mi pecho desnudo, y más aún, disfrutar del ligero andar desnudo, que llevaba arrastrado hasta el baño en las mañanas, luego de una noche pesada de despliegue de sensaciones tan puras, sin equivalencia alguna. Disfrutar del sabor de su ser, de sus labios, de su pecho, de sus manos… de su cuerpo. Tocar el cielo con las manos al verme envuelto en largas extensiones de piel ligeramente vestidas de pelos, al jugar con el estímulo tan placentero que me provocaba el poder disfrutar de aquel conjunto de poros dulce y perfectamente suaves y deliciosos, que a mis papilas le daba vida. Todo aquello, quedaría atrás, pero de algo estaba yo seguro: solo por un tiempo. El cruel tiempo pasó demasiado rápido, como queriendo darme la puñalada muy rápidamente, alejándome de todo en lo que alguna vez, creí. Ese tiempo, esa cruel venganza, posiblemente, sin razón, que la vida me había dado, me atormentaba en todo momento. De alguna absurda manera, mis padres de verdad creían que eso era conveniente para mí, y no se dieron cuenta a tiempo, lastimosamente, de que, eso no era así. De hecho, el instinto protector que ellos tenían instalado en sus formas de ser, no notaba en realidad el daño que eso me provocaba (que me provoca). Pero, ellos estaban seguros, y cualquier manifestación mía, no contaba para ellos. Ellos querían protegerme, y la jugada, no les salió bien.

''Dios''! Cómo dolía todo aquello, y aún más dolorosa, la idea de saber que eso iba a empeorar con el paso de los días... de las horas que me quedaban antes de dar el adiós a todo lo que yo era en realidad. Los besos, los abrazos, las felicitaciones de cumpleaños por adelantado que tuve que dejar, sin contar lo que tuve que dejar en realidad. Mi casa, mi pobre casa que ya nunca sería la misma, ni yo, luego de aquel trágico viaje que iba a alterar, sin lugar a dudas, muchos cables en mi cerebro. Kuko, oficialmente, destruido. El tiempo pasó, los paseos de la mano en las veredas solitarias de la ciudad de Asunción, todas las tardes, los partidos del Golden Club a la salida del colegio, las cátedras celebres, todos aquellos momentos, estaban perdidos, y sin retorno a su estado natural, como debía ser. La despedida a mis profesores más apreciados, a mis amigos no tan cercanos, a mis amigos, a mis mejores amigos, a una parte de la familia, y... la peor de todas las despedidas: Simón. Un día antes, en ese último paseo por Asunción, agarrados de la mano, sintiendo como su pulso se fusionaba con el mío, sin importarme nada más que volver antes de partir, ése día, fue el trágico anterior. Algunos dicen que cuando estás por morir, ves pasar toda tu vida frente a tus ojos, y... en aquel aeropuerto, al día siguiente, a mí me había pasado eso con cada abrazo que daba a cada una de las personas que habían ido a darme el ''adiós'' ahí. Mis hermanas, mis tíos, mi primo, mis mejores amigos, y unas cuantas personas más, sin demasiada importancia para mí, habían estado ahí. Y Simón, espléndidamente como solo él puede -aparentar- estar. Mi Simón, mi pobre muñecón, víctima de mi 93', víctima de mí... víctima de mí. Entre abrazos fusos, lágrimas que se corrían por las mejillas de algunos, entre palabras llenas de dolor y de un sufrimiento sin igual, el timbre de voz de una mujer en un altavoz me llamaba al fin de una época que, creía yo, no acabaría. Aquel día, sufrí yo, sufrieron todos, pero nadie, sufrió como yo. Con cada abrazo a cada amigo, me debilitaba cada vez más, el último abrazo de mis tíos, los últimos suspiros de aliento que me ofrecía Claudia, entre lágrimas y desconsuelo, los ataques de descontrol de Gabriela, y las lágrimas dolorosas de Pachy, todas ellas me habían convertido ya en un Kuko sin fuerzas, y más aún, en aquel último beso a Simón, aquella mirada que me acompañará hasta siempre, el roce de su piel con la mía, todos los momentos pasaron frente a mis ojos, y fue ahí cuando descubrí que estaba muerto... y lo peor de todo: muerto en vida. En palabras, me era casi imposible describir la rabia que sentía al cruzar aquella puerta, la rabia hacia mí, pero aún más hacia mis padres. Y yo, estúpidamente, me seguía preguntando ''cómo?'', y nadie me dio una respuesta, porque una respuesta para, eso no existe. Esa mirada impregnada en mi memoria, para siempre. Rabia, impregnada en mí ser, quién sabe hasta cuándo.

Crucé la puerta hacia un destino atormentador, con Adriana y mi madre, y me desmoroné por completo. Una última vibración sentí en la mano, era aquel aparato blanco que tantas veces había vibrado antes, a veces con suerte y a veces para quebrar momentos mágicos, pero en esa ocasión, vibró como nunca (y se podía decir que de la rabia y los nervios, yo había vibrado con él). Ese último mensaje de Simón, lo tengo guardado hasta hoy en día, y fue aquel mensaje el que me había ayudado a sobrellevar la muerte a la que me enfrentaba. Una danza unísona y monótona habían montado unas mujeres en el pasillo de la nave al más allá, vestidas a juego unas con otras, indicando un sinfín de instrucciones. La pérdida de ganas hablaba por mí, y entre las lágrimas de Adriana, me vi destruido y acorralado, y mi madre, absurdamente intentando tranquilizarnos a todos, como si de verdad existía consuelo para aquel dolor. Y el dolor de estómago, y la pérdida de la audición momentánea, habían comenzado con las vueltas de las hélices, y las nubes mágicas, no eran más que alucinaciones para mí. La primera parada estaba ya establecida, y fue allí en donde, cuando pensaba que ya no daba más, me desmoroné aún más. Entre aparadores de Banana Republic y D&G, como un zombie, mis pasos se tornaban confusos y cada vez más desanimados con cada viaje al baño, para llorar amargamente, como nunca en la vida había pensado llorar. Mis ojos, mis pobres ojos casi parecían llorar sangre, y cuando ya no tuve más remedio, en un banco, me eché a dormir, y fatalista fue la sorpresa que me llevé al despertar… allí, atrapado, y sin retorno sino dentro de un largo y catastrófico tiempo. La misma danza unísona y monótona, de mujeres vestidas a juego con las demás, había comenzado, y ésta vez, para acercarnos al destino: Madrid, de Madrid a Barcelona, de Barcelona a Tarragona, y de allí, como si la cosa no era suficiente ya, a Valls. Y aquel vuelo, el más largo de todos, fue en aquel en donde tuve que esperar a que las dos cierren los ojos para poder sacar el ‘’yo’’ que llevaba dentro, para poder llorar y auto compadecerme por aquello. Sin control, el ochenta por ciento del viaje: lágrimas. Y soñaba con Simón, y lo sentía tan cerca de mí que casi parecía poder tocarlo con tan solo cerrar los ojos, enrojecidos ya por las lágrimas que habían brotado de ellos. Y llegamos, ya sin retorno, a aquel reino de supuestos acomodados ingresos y estilos de vida, en el cual yo me sentía acorralado. No me gustaba, para nada. Luego de dos horas y media, más o menos, un abrazo de mi padre a nosotros tres, las había hecho sentir (a Adriana y sobre todo a mi madre, muy felices), todo lo contrario de lo que para mí significaba el hecho de pisar aquel suelo, a distancias inimaginables de mi hábitat natural, y de Simón. Solo me quedaba el amor, y saber que volvería a estar con él y con todas las personas a las que, obligado había dejado atrás, y eso me daba fuerzas para que mi pie izquierdo le siga al derecho. Iba a volver, yo lo sabía. Estaba seguro de ello, solo era ‘’cuestión de tiempo’’ para que ese momento llegue, y vuelva a parecer feliz.