viernes, 21 de mayo de 2010

Capítulo 6: ''Efecto Dominó''

Efecto Dominó

Me sentía libre… con fuerzas… con ganas de seguir… pero sin darme cuenta de que lo peor se había aproximado cada vez más, y con el tiempo, ese sentimiento iría creciendo. Yo había muerto por dentro cuando surgió la noticia del repentino viaje de mi familia a España, junto a mi padre, y no era para nada de mi agrado. Sin lugar a dudas, aquel viaje iba a matarme, y… a juzgar por todo (así fue). De haber sabido que me iba a enamorar de esa manera, de aquella mirada suya, y de aquellos labios suyos, nunca (nunca) hubiese dado el ‘’sí’’ a aquel viaje.

Estoy seguro de poder soportar, aguantar y seguir con todo hasta que por fin llegue el tiempo de avanzar juntos los dos, y poder vivir felices como lo deseamos. De alguna manera, asumo que todo eso me hizo sentir bastante mal, y sin ganas. Alguien me había levantado y vuelto a tirar a la pared, cayendo mi cuerpo en un basurero, y mi alma, en manos de Simón. El fue, y sigue siendo, el mejor guardián de lo que queda del alma de Kuko. Hasta ahora, y por mucho tiempo. 16 de septiembre del 2009: cómo iba yo a estar listo para esa fecha? La simple y (en contrapartida) asfixiante idea de separarme de Simón me mataba por dentro, y todo eso se notaba por fuera. Desde aquel domingo que marcó la inexistencia del alma de Kuko, todo se volvió gris, y el único que le daba color a todo, era Simón Cazal, con nombres, apellidos, alias, seudónimos y apodos, con mayúsculas o sin ellas, él era el único. Recuerdo un viaje en un Areguá, a mi destino, con un trozo de carne y con una cama en el suelo, intenté remediar lo que había causado y destruido aquella notificación: mi vida. Sin lugar a dudas, y mirando en retrospectiva todo lo que pasó y quedó atrás, puedo rememorar que nunca estuve de acuerdo, y que de verdad todo aquello iba a amargarme por semanas, meses (…años). Cada semana pasaba, cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. No podía imaginarme que en algún momento, debía despedirme de todas las personas, y todas las cosas que habían formado parte de mi vida hasta aquel entonces, me sentía perdido en el mundo de nadie. El colegio, mi colegio, mi casa de sueños en el cual había pasado nada más y nada menos que once años de existencia, dentro de formaciones de paredes de cuatro en las cuales había reído sin parar, había soñado, había aprendido, llorado, cantado… había establecido un vínculo afectivo con aquella Institución, y saber que debía dejarlo, y dejar a la gente que estaba en ella, me ataba a la trágica idea de no-supervivencia. Suena extremista, pero, cómo iba yo a darle la cara a un problema que me superaba de aquella forma? Todas las formaciones con cantos de himnos mal entonados, sonando en un unísono de voces de críos en aquellos años de primaria… perdidos? Todos aquellos juegos tontos que inventábamos viéndonos envueltos en el pensamiento de crear cosas nuevas para escapar del molde… no volverían jamás? Y, lo peor de todo, quién sino yo mismo iba a entender lo que significaba para mí la idea de dejar al Saturio Ríos para verme involucrado en algo que no me haría feliz en lo más mínimo? La idea de dejar de lado al colegio, y a las personas, y a todo lo que ellas habían hecho por mí, y crear a la persona que era en aquel entonces, no era una ‘’excusa’’ suficiente como para aún más tarde, enfrentarme a problemas mucho peores?

No solo por el lado del colegio tenía problemas, sino aún más al pensar en la parte de mi familia que debía dejar atrás: mis tíos. Asumo que no será de agrado para muchos el que tenga (yo) que tener preferencias en cuanto a mi entorno familiar, pero evidentemente, así es. Mi tía Lilia y mi tío ‘’Pepe’’ eran mi familia más cercana luego de mi familia nuclear, y eran éstas dos las que importaban realmente. A los hermanos de mi madre (llamados tíos y tías nada más), poco o nada conocía, y tampoco conocía a los padres de mi madre. No me había alcanzado el tiempo para conocer a mi abuela materna (o mejor dicho, no le dio tiempo a ella para conocerme). Por parte de mi padre, desde que recuerdo que era pequeño, habíamos llevado a cabo viajes a Horqueta, la ciudad natal de mi padre y su familia, que era una ciudad –prácticamente- borrada del mapa del territorio (cosa que, no cabe destacar). En Horqueta vivía una parte de la familia de mi padre, que se basaba prácticamente en su padre (llamado abuelo), su hermana menor (llamada mi tía), casada, con hijos, unos cuantos primos (de mi padre y de mis hermanas), y demás conocidos de mi familia ajenos a mí. Esa parte de mi familia, era importante, por decirlo de alguna manera. Era el resto de la familia de mi padre, pero, a mi no me agradaba estar ahí, en Horqueta, razón por la cual, no puedo decir que me haya sido difícil desprenderme de aquel trozo de familia paterna que tenía. Eran… conocidos, de alguna manera, con un lazo fraternal –nada más que genético- que nos unía. Ellos eran agradables, y muy cálidos, pero, en 17 años, creo que sólo recuerdo haber ido unas tres o cuatro veces, por más o menos tres o cuatro días, así que, ‘’lo que no se conoce, no se quiere’’. En resumen, mis tíos eran la segunda familia que me había acogido y abierto las puertas de su casa desde que tengo uso de razón, y son como mis segundos padres (dejando de lado las ‘’figuras paternas’’ que ejercían mis padrinos atados desde siempre a un extraño y absurdo hábito, que algunas personas llaman ‘’religión, así que, no cuentan). Desprenderme de los domingos en familia, con mis tíos, mi primo, los asados, compartir esos momentos de alegría, todas esas cosas, se habían perdido (y ésta vez, para siempre), y eso me tenía muy alterado en todo momento.

Mis amigos, mis mejores amigos, los amigos a los que llamaba amigos, pero que no lo eran, los que hacía creer que eran mis amigos, y los que creían que eran amigos míos, los buenos, los malos, los no tan malos, los mejores, los peores, los mentirosos y los insoportables pero a la vez, graciosos… cómo iba a ser fácil el adiós contando a todos ellos, quienes habían formado parte de mi vida desde tanto tiempo? Estaba destruido… estaba (mejor dicho) derrotado. Y Simón, sin lugar a dudas, la parte más dolorosa de toda esa cuestión. Él era el amor personificado, la perfección en forma de hombre (y vaya hombre!). Él era (es) lo que cualquier hombre quisiera tener al lado, y… yo que, forzada y obligadamente, me alejaba de él, no podía creer el daño que le causaba. Era un dolor insufrible, me superaba la idea de abrazarlo y contenerme las ganas de llorar, al saber que dentro de poco, todo eso se iba a acabar (físicamente hablando). La idea de terminar con fantasías hechas realidad, como la de de entrelazar mi cuerpo con el suyo, de besar sus mejillas suaves, de mirar esos ojos marrones, de tocar aquel despliegue de castaños rojozos que se deslizaban entre mis dedos, y de pasear mi barbilla por aquel camino de poros sudorosos, con aroma a amor y deseo, que me acercaban a la entrada de un mundo superior, dulce y hermoso… todas esas fantasías, quedarían impregnadas en mi cabeza, en mi corazón, y en lo que quedaría de mi alma, luego de aquel 16. Simón, mi Simón, mi amor… mi precioso… Cómo iba a saber yo que tanto mal le había podido provocar yo? Pensar en todas las tardes limitadas, las contadas mañanas, en las cuales podía disfrutar del pesado sueño que lo mantenía tan ligero sobre mi pecho desnudo, y más aún, disfrutar del ligero andar desnudo, que llevaba arrastrado hasta el baño en las mañanas, luego de una noche pesada de despliegue de sensaciones tan puras, sin equivalencia alguna. Disfrutar del sabor de su ser, de sus labios, de su pecho, de sus manos… de su cuerpo. Tocar el cielo con las manos al verme envuelto en largas extensiones de piel ligeramente vestidas de pelos, al jugar con el estímulo tan placentero que me provocaba el poder disfrutar de aquel conjunto de poros dulce y perfectamente suaves y deliciosos, que a mis papilas le daba vida. Todo aquello, quedaría atrás, pero de algo estaba yo seguro: solo por un tiempo. El cruel tiempo pasó demasiado rápido, como queriendo darme la puñalada muy rápidamente, alejándome de todo en lo que alguna vez, creí. Ese tiempo, esa cruel venganza, posiblemente, sin razón, que la vida me había dado, me atormentaba en todo momento. De alguna absurda manera, mis padres de verdad creían que eso era conveniente para mí, y no se dieron cuenta a tiempo, lastimosamente, de que, eso no era así. De hecho, el instinto protector que ellos tenían instalado en sus formas de ser, no notaba en realidad el daño que eso me provocaba (que me provoca). Pero, ellos estaban seguros, y cualquier manifestación mía, no contaba para ellos. Ellos querían protegerme, y la jugada, no les salió bien.

''Dios''! Cómo dolía todo aquello, y aún más dolorosa, la idea de saber que eso iba a empeorar con el paso de los días... de las horas que me quedaban antes de dar el adiós a todo lo que yo era en realidad. Los besos, los abrazos, las felicitaciones de cumpleaños por adelantado que tuve que dejar, sin contar lo que tuve que dejar en realidad. Mi casa, mi pobre casa que ya nunca sería la misma, ni yo, luego de aquel trágico viaje que iba a alterar, sin lugar a dudas, muchos cables en mi cerebro. Kuko, oficialmente, destruido. El tiempo pasó, los paseos de la mano en las veredas solitarias de la ciudad de Asunción, todas las tardes, los partidos del Golden Club a la salida del colegio, las cátedras celebres, todos aquellos momentos, estaban perdidos, y sin retorno a su estado natural, como debía ser. La despedida a mis profesores más apreciados, a mis amigos no tan cercanos, a mis amigos, a mis mejores amigos, a una parte de la familia, y... la peor de todas las despedidas: Simón. Un día antes, en ese último paseo por Asunción, agarrados de la mano, sintiendo como su pulso se fusionaba con el mío, sin importarme nada más que volver antes de partir, ése día, fue el trágico anterior. Algunos dicen que cuando estás por morir, ves pasar toda tu vida frente a tus ojos, y... en aquel aeropuerto, al día siguiente, a mí me había pasado eso con cada abrazo que daba a cada una de las personas que habían ido a darme el ''adiós'' ahí. Mis hermanas, mis tíos, mi primo, mis mejores amigos, y unas cuantas personas más, sin demasiada importancia para mí, habían estado ahí. Y Simón, espléndidamente como solo él puede -aparentar- estar. Mi Simón, mi pobre muñecón, víctima de mi 93', víctima de mí... víctima de mí. Entre abrazos fusos, lágrimas que se corrían por las mejillas de algunos, entre palabras llenas de dolor y de un sufrimiento sin igual, el timbre de voz de una mujer en un altavoz me llamaba al fin de una época que, creía yo, no acabaría. Aquel día, sufrí yo, sufrieron todos, pero nadie, sufrió como yo. Con cada abrazo a cada amigo, me debilitaba cada vez más, el último abrazo de mis tíos, los últimos suspiros de aliento que me ofrecía Claudia, entre lágrimas y desconsuelo, los ataques de descontrol de Gabriela, y las lágrimas dolorosas de Pachy, todas ellas me habían convertido ya en un Kuko sin fuerzas, y más aún, en aquel último beso a Simón, aquella mirada que me acompañará hasta siempre, el roce de su piel con la mía, todos los momentos pasaron frente a mis ojos, y fue ahí cuando descubrí que estaba muerto... y lo peor de todo: muerto en vida. En palabras, me era casi imposible describir la rabia que sentía al cruzar aquella puerta, la rabia hacia mí, pero aún más hacia mis padres. Y yo, estúpidamente, me seguía preguntando ''cómo?'', y nadie me dio una respuesta, porque una respuesta para, eso no existe. Esa mirada impregnada en mi memoria, para siempre. Rabia, impregnada en mí ser, quién sabe hasta cuándo.

Crucé la puerta hacia un destino atormentador, con Adriana y mi madre, y me desmoroné por completo. Una última vibración sentí en la mano, era aquel aparato blanco que tantas veces había vibrado antes, a veces con suerte y a veces para quebrar momentos mágicos, pero en esa ocasión, vibró como nunca (y se podía decir que de la rabia y los nervios, yo había vibrado con él). Ese último mensaje de Simón, lo tengo guardado hasta hoy en día, y fue aquel mensaje el que me había ayudado a sobrellevar la muerte a la que me enfrentaba. Una danza unísona y monótona habían montado unas mujeres en el pasillo de la nave al más allá, vestidas a juego unas con otras, indicando un sinfín de instrucciones. La pérdida de ganas hablaba por mí, y entre las lágrimas de Adriana, me vi destruido y acorralado, y mi madre, absurdamente intentando tranquilizarnos a todos, como si de verdad existía consuelo para aquel dolor. Y el dolor de estómago, y la pérdida de la audición momentánea, habían comenzado con las vueltas de las hélices, y las nubes mágicas, no eran más que alucinaciones para mí. La primera parada estaba ya establecida, y fue allí en donde, cuando pensaba que ya no daba más, me desmoroné aún más. Entre aparadores de Banana Republic y D&G, como un zombie, mis pasos se tornaban confusos y cada vez más desanimados con cada viaje al baño, para llorar amargamente, como nunca en la vida había pensado llorar. Mis ojos, mis pobres ojos casi parecían llorar sangre, y cuando ya no tuve más remedio, en un banco, me eché a dormir, y fatalista fue la sorpresa que me llevé al despertar… allí, atrapado, y sin retorno sino dentro de un largo y catastrófico tiempo. La misma danza unísona y monótona, de mujeres vestidas a juego con las demás, había comenzado, y ésta vez, para acercarnos al destino: Madrid, de Madrid a Barcelona, de Barcelona a Tarragona, y de allí, como si la cosa no era suficiente ya, a Valls. Y aquel vuelo, el más largo de todos, fue en aquel en donde tuve que esperar a que las dos cierren los ojos para poder sacar el ‘’yo’’ que llevaba dentro, para poder llorar y auto compadecerme por aquello. Sin control, el ochenta por ciento del viaje: lágrimas. Y soñaba con Simón, y lo sentía tan cerca de mí que casi parecía poder tocarlo con tan solo cerrar los ojos, enrojecidos ya por las lágrimas que habían brotado de ellos. Y llegamos, ya sin retorno, a aquel reino de supuestos acomodados ingresos y estilos de vida, en el cual yo me sentía acorralado. No me gustaba, para nada. Luego de dos horas y media, más o menos, un abrazo de mi padre a nosotros tres, las había hecho sentir (a Adriana y sobre todo a mi madre, muy felices), todo lo contrario de lo que para mí significaba el hecho de pisar aquel suelo, a distancias inimaginables de mi hábitat natural, y de Simón. Solo me quedaba el amor, y saber que volvería a estar con él y con todas las personas a las que, obligado había dejado atrás, y eso me daba fuerzas para que mi pie izquierdo le siga al derecho. Iba a volver, yo lo sabía. Estaba seguro de ello, solo era ‘’cuestión de tiempo’’ para que ese momento llegue, y vuelva a parecer feliz.

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