martes, 6 de julio de 2010

Love Royale

De un tiempo a esta parte, hace más o menos dos semanas y media, empecé a divagar sobre cuestiones (muy a mi estilo) tontas y poco relevantes. La cuestión es que, pasé de divagar sobre temas relacionados con el poco uso que las mujeres de Asunción dan a los zapatos de tacón, hasta cuestiones un poco más controversiales como el sexo, la religión (una vez más) y… el amor. De niño, recuerdo que en uno de los canales de aire que se adueñaba del rating los sábados por la noche, pasaban una serie que, al parecer, se volvió bastante exitosa en los últimos años (para cuando eso, yo tenía más o menos once o doce años), por lo cual en aquel entonces no sabía qué era exitoso y qué no lo era. Lo que sí recuerdo, es que entre una de sus tantas reflexiones, Carrie había conseguido llamar mi atención por completo (no por el hecho de que hubiese algún tipo de contenido sexual de por medio, sino por su reflexión en sí), y recuerdo que hacía una referencia al amor, sobre lo ridículo, inconveniente, y apasionado que éste puede llegar a ser si se ama de verdad y de manera recíproca.

No recuerdo muy bien el contexto ni el lugar en el que se plateaba la situación, pero lo que sí recuerdo es la silueta de Carrie Bradshaw, sentada frente a su computadora redactando algún que otro artículo, y esta vez, relacionado con el amor (para variar). En el episodio, Carrie regresa a su departamento un poco frustrada luego de una salida de amigas a un casino. Tampoco recuerdo con exactitud las palabras que utiliza para dar forma a su reflexión, pero sí retuve (y sigo reteniendo) el sentido que le dio a todo lo que pensó en ese momento. Por el momento, lo explico con mis propias palabras: ‘’Las personas se entregan al juego (del casino) por adicción en su mayoría, buscan el juego y sienten que sin él no son nada, no existen, y siendo conscientes de que la Casa siempre gana, las personas de igual forma y de manera desinteresada siguen apostando todo lo que tienen en juego con tal de (valga la redundancia) jugar al juego y de acuerdo a las reglas que dicta la Casa. Si el amor personificado como un casino o la Casa nos invita a jugar, nos abre las puertas de la casa, nos llena de vida y nos muestra a su vez a un montón de personas con el problema similar al de cada uno, ¿vale realmente la pena saltar al abismo y jugar(nos) las fichas con tal de.. jugar? Teniendo conocimiento del juego, el engaño que acarrea el juego, y las reglas que acarrean el engaño y el juego… ¿de verdad somos las personas tan estúpidas como para dejarnos caer en el juego, el engaño y las reglas de la Casa? Si las pocas fichas que tenemos ganadas al jugar las podemos canjear por premios más interesantes… ¿por qué apostarlas todas a la Casa? Y si somos conscientes de que la Casa siempre gana, dejándonos sin fichas, ni premios… ¿por qué seguimos apostando? ¿por qué seguimos jugando? Y para desmentir la figura retórica que simboliza la Casa como personificación del amor: ¿Por qué carajo seguimos amando?

Intenté durante mucho tiempo encontrarle una vuelta al asunto, y debo asumir con vergüenza que no encontré respuesta por la cual los humanos, inútilmente, recibimos y damos amor. Es absurdo. Durante unos minutos, personifiqué al amor (o a las relaciones amorosas) como un comportamiento igual de absurdo como la religión: Encontramos a una persona, la adoramos, la colocamos en un pedestal, hacemos favores, la amamos, realizamos actos en su nombre (actos buenos o malos, como pasa también en la absurda creencia de la religión), pero por sobre todo: caemos en la trampa del amor. Pensé en esa posibilidad para explicar el gran conflicto del amor, ese amor que nos trae problemas desde los inicios de la existencia, pero, luego de reflexionar con una persona bastante inteligente, me di cuenta de que esa explicación era errónea y con muy poca carga racional. La religión no es igual al amor, ni el amor es igual a la religión: no son igual de absurdas ni estúpidas, no son igual de dañinas ni mucho menos igual de dolorosas… dado que la religión gana al amor en todo eso, por lo cual, decidí deshacer la teoría de que la religión y el amor van tomados de la mano en cuanto a similitudes.

Dato importante: estoy enamorado.

También hay que reconocer en todo esto que, por más de que todos digan lo contrario, el amor y el cerebro no son los mejores compañeros a la hora de decidir saltar al abismo, apostar, y jugar las fichas. Una persona inteligente no se enamora, una persona inteligente busca compartir, busca sexo sin compromiso, busca el placer, busca divertirse, y lamentablemente para todos los que cometimos la estupidez inconsciente de enamorarnos, todas esas cosas vienen con el combo/paquete de amor al que estamos sujetos. Es un sentimiento innecesario, absurdo y doloroso. Ridículo, tonto y poco racional. Compartido, pero solitario a la vez. La cuestión densa dentro de todo esto radica en que las personas NO elegimos enamorarnos, no pensamos al hacerlo porque ni siquiera sabemos cuándo, cómo, de qué manera ni en dónde sucede, solo nos damos cuenta cuando (por más cursi que suene) sentimos esas malditas y asquerosas mariposas dando vueltas en el estómago, y al fijarnos en que pensamos constantemente en esa persona. No tenemos la culpa, nos enamoramos y punto. Personalmente, cabe recalcar que es un poco más complicado cuando te enamoras de alguien del mismo sexo (en mi caso, por ejemplo), o cuando esa persona no es correspondida. El amor duele. Sí, duele, solo para que lo sepan.

Duele, sí.

La cagada en todo esto es que no podemos hacer nada para reprimirlo, para apagarlo… para pararlo, ni mucho menos podemos hacer nada para dejar de estar enamorados cuando sencillamente ya lo estamos. Personalmente, odio el amor. Me vuelve irracional, estúpido, poco sobrio y pesado… pero en contrapartida paralela, AMO estar enamorado. Es un punto de vista bastante contradictorio afirmar que odio el amor pero que a la vez amo estar enamorado, pero así es. Personalmente, no aconsejo a nadie a enamorarse, pero recalcando el hecho de que sobre esas cuestiones no se pueden mandar, asumo que es absurdo.

Me siento bien enamorado, me gusta estar enamorado de mi novio por más complicaciones que tengamos en el presente/futuro, porque las complicaciones superadas en el pasado me bastan para reconocer que (maldita sea): el amor es más fuerte.

Yo estoy enamorado, y lo disfruto, y vos?

viernes, 28 de mayo de 2010

Capítulo 8: ''Psicosis''

Psicosis

‘’Entre ataúdes enterrados, Kuko encontró la paz, y fue su tesoro preciado en momentos de días grises, lluviosos, fríos y ventosos’’. El cementerio de daba sueño, y admito que en más de una ocasión, fui a visitar las tumbas de algunas personas para intentar conciliar el sueño. Mi cabeza trabajaba durante el día intentando descifrar un montón de códigos en la pizarra, analizando ceros y unos en un monitor, fórmulas, teorías, Sócrates, esfuerzo físico, lenguas extranjeras… todo eso no había sido de ayuda –al parecer- para que mi cerebro y mi cuerpo se cansen para ir a dormir, hasta que un día no muy lejano, por fin me di cuenta: no era yo ni mi cuerpo, era solamente mi cabeza. Estaba tan atormentada la pobre que ya ni siquiera podía dormir. Mi fase REM se veía súbitamente afectada a causa de mi cerebro: incapacidad crónica para dormir adecuadamente durante la noche. Irme a la cama a las nueve de la noche no daba otro resultado que no sea estar despierto hasta las tres o cuatro de la madrugada, pasar un día sin dormir, y en el peor de mis casos: cuando se me presentó mi insomnio de casi unas veinte y ocho horas de sueño. Mi cerebro estaba enfermo, pero antes de hacérselo saber a cualquiera, quise dejar que mi insomnio desaparezca por sí solo. Era muy extraño, ya que durante el día me sentía muy cansado, en el colegio, en casa, pero con tan solo tirarme a la cama (o al sofá, en donde a veces dormía mejor), mis ganas de sueño, desaparecían. Rápidamente, influenciado por una sinusitis aguda que afectaba mi sistema respiratorio desde pequeño, en una consulta médica me recetaron Loratadina para poder conciliar el sueño, y a eso el esfuerzo físico que me vi obligado a realizar durante el día. El efecto de la Loratadina, al igual que mi desgaste físico, dieron el resultado esperado: el concilio del sueño profundo. Mi cabeza empezaba a darse cuenta de muchos procesos que la misma experimentaba, y eso me hacía menos vulnerable a cuestiones fáciles (en su mayoría) de solucionar. La voz de Simón seguía tan impregnada como siempre en mi cerebro, y recreaba los sonidos dulces que de su boca salían para quedarse en mi cabeza y en mi pobre corazón roto. El tic tac marcaba el término de cada día, que se convertía en semanas y de a poco, muy de a poco, se fue convirtiendo en el quinto mes. El colegio se tornaba cada vez más desesperante, y la tranquilidad de mi casa, calmaba esas ansias de salir corriendo que, muy a menudo, venían cargadas de sueños rotos. ''Hoppipolla'', de Sigur Ros era mi nuevo soundtrack del quinto mes.

En las calles de Valls se respiraba un aire de tristeza por las tardes tardes (con ''tardes tardes'' me refiero a los finales de las tardes, antes de que empiece la noche), recuerdo eso porque era a esa hora cuando salía a caminar, a recorrer, a mirar... a desconectar. A -más o menos- dos cuadras de mi casa, había un lugar llamado El Refugi (El Refugio, en español), y de verdad, le hacía honor al nombre. Había descubierto ese espacio en el primer mes, cuando tenía por pasatiempo caminar para ''explorar'' mi nuevo habitat natural. El Refugi era demasiado tranquilo, hasta para mí, pero me gustaba mucho pasar el rato allí. Literalmente, se podría decir que estaba situado bajo un puente. La entrada al lugar te recibía con un cartel, dejando claro que era un lugar libre de basura y cosas así. Me relajaba mucho con El Trueno Entre Las Hojas, de Augusto Roa Bastos, y a decir verdad, el paso del tiempo se hacía más ligero estando allí. Sin darme cuenta en ocasiones, terminaba mis libros más rápidamente de lo que normalmente los terminaba. Era bastante reconfortante ir allí luego de un estresante día en el Instituto, y más aun si el ambiente en casa se veía envuelto en dificultades de cualquier índole. No es que me guste escapar de las cuestiones problemáticas ni mucho menos, solo que de un tiempo a esa parte, ya me veía capaz de diferenciar problemas con los cuales es necesario combatir y con los cuales no valía la pena hacer nada más que no fuese dejarlo pasar. El quinto mes se mostró bastante duro conmigo, pero de igual manera, busqué la forma de hacerla más fácil que las demás, intentando de alguna manera llegar bien a lo que significaría el sexto mes: mi primer año cumplido con Simón. En mi cabeza todos los días recreaba la idea de cumplir ya mi primer aniversario con el que sería ya el gran amor de mi vida, pero, en paralelo, se recreaba también la idea de pensar en el tiempo que llevábamos juntos y en el otro trozo de tiempo que llevábamos separados, y éste último era el que siempre me ponía las cosas muy difíciles, y a eso se sumaba el hecho de que se acercaba el cumpleaños de Simón… y yo no estaría con él para festejarlo. Obviamente, no era precisamente lo mismo hablar y felicitar en una realidad virtual de ceros y unos que hacerlo en (por lo menos) el mismo huso horario. En ese sexto mes de exilio, grité con fuerzas mordiendo la almohada para no explotar a causa de la rabia que me producía la insatisfacción de estar separado de todas las personas con las cuales quería/necesitaba compartir mi adolescencia/juventud. El paso del tiempo era muy caótico para mí, ya que, en teoría con ‘’experiencia en supervivencia en casos de exilios inesperados’’, todo eso no me servía para nada, dado que la escala de dificultad se elevaba cada vez más. Lo que más me preocupaba de todo, era lo que significaba el hecho de estar separado de Simón, de mis amigos y -algunos- familiares, y a eso se sumaba mi otra gran preocupación: mi formación académica.

Yo era consciente de que seguir en el bachillerato del Instituto no me serviría para nada más que no sea acortar mi tiempo de sueño de la noche a la mañana. Todo eso me preocupaba demasiado, dado el hecho de que, a diferencia de lo que la mayoría de las personas creían, mi formación académica era una cuestión que me preocupaba muchísimo. Mucha gente pensaba que como yo ‘’no me esforzaba lo suficiente, no llegaba a conseguir nunca los resultados esperados en mi libreta de calificaciones’’, pero la realidad era que yo tenía (tengo) mis limitaciones académicas, y el esfuerzo que realizaba a diario era ya el levantarme todas las mañanas y sentarme en una silla a observar cómo personas de mi misma edad resolvían cosas que yo simplemente… no podía, y llegado un momento, eso me hizo sentir muy estúpido. Eran personas como yo, cargando con los mismos años, el mismo tiempo sobre la superficie terrestre, y qué tenían ellos que no tuviese yo? Yo conocía perfectamente la diferencia entre esas personas y yo: ellos tenían su proceso en marcha, el cual a mí me habían cortado siete meses atrás con la trágica noticia del viaje. Sin lugar a dudas, el exilio por el cual estaba pasando, dejaría una marca en mí, o mejor dicho, todo aquello iba a dejar una mancha en mi persona, en mi cuerpo, en lo que quedaba para entonces de mi alma, en mi cerebro, en mi formación académica, y por si fuera poco, también en mi corazón, que era (en paralelo a mi educación) uno de los más afectados por el Efecto Dominó.


Seis meses me separaban de aquella última bocanada de aire que había aspirado al lado de las personas con las cuales había compartido la mayor parte de mi vida, y en paralelo a eso, personas con las cuales había compartido emociones lo suficientemente fuertes como para poder expresarlo en palabras. La despedida en aquel Silvio Pettirossi simbolizó la destrucción masiva de lo que había construído hasta aquella fecha. Luego de eso, yo no volví a ser el mismo, y estoy seguro de que no me veo capaz de volver a serlo. Asumiendo que, a juzgar por todos los problemas posteriores, mi nivel de madurez seguía intacta en cuanto a crecimiento, y a decir verdad, era casi nulo, pero a pesar de todo eso, debo recalcar el hecho de que el exilio me ayudó a comprender y sobrellevar varios conflictos con los cuales no había podido luchar de no ser gracias a la separación que se produjo gracias al viaje. Por mirar ''el lado positivo de la situación'' (sin lado demasiado positivo, afirmo), puedo concluir mi experiencia cercana y profunda a la separación y desesperación causada por el exilio como renovadora, ya que gracias a ello, la persona que soy ahora se valora a sí misma -aunque sea en mínimas proporciones- como una persona nueva en varios aspectos, tanto a nivel físico, marcado un evidente aumento de peso, y a nivel personal, como lo que simboliza el hecho de poder analizar las cosas con cuidado antes de saltar al abismo, siempre y cuando el análisis sea necesario, dado el hecho de que en mí quedaba aún una pequeña parte de aquella persona que se lanzaba a la situación de lleno sin tomar precauciones. Me sentía renovado en cuanto a la experiencia que me había dado cuenta que gané, a pesar de que eso no fuese muy visualizado por los demás. En mi cerebro constantemente se recreaba una frase de ''Elizabethtown'', película con la cual me había sentido bastante identificado ya años atrás, gracias a su rebuscado punto de vista acerca del fracaso y sobre las consecuencias que acarrea el hecho de generar fracasos por doquier. El Instituto, ya en aquel entonces, me asfixiaba, ya que me veía a mí mismo sentado entre veinte personas más sabiendo que -probablemente- era yo el único perdido de la clase. Era muy extraño, ya que había experimentado algo parecido en mis años de la Educación Escolar Básica, entre el séptimo y noveno grado, pero solo que en el Instituto no había nadie peor que yo, cosa que se daba muy a menudo entre mis compañeros del Saturio Ríos. Me incomodaba demasiado la idea de mentir o fingir tranquilidad cuando mis amigos más cercanos me hacían preguntas sobre mi modo de desenvolverme en el ambiente escolar, ya que no me sentía cómodo afirmando que todo estaba bien, dando paso a una mentira, pero, en paralelo, tampoco me agradaba el hecho de contar lo que realmente pasaba, ya que era más que doloroso saberlo únicamente yo como para comentarlo con alguna otra persona que no haya sido parte de mi familia o Simón. Era extraña la sensación de la mentira, por lo menos a lo que mi educación consistía, ya que en mis decaídas académicas nunca me había importado demasiado asumir la culpa, pero, como ya comentaba anteriormente (hasta en capítulos anteriores), no la totalidad de la culpa era mía, cosa que no me tranquilizaba en lo absoluto. La psicosis y el cansancio me consumían la poca energía estable que me sobraba, y llegar a casa era un martirio sabiendo que diariamente traía deberes a casa, pero sin capacidad como para hacerlos, y con el paso del sexto mes, asumo que no me alcanzaba ni la capacidad ni las ganas. Lo que había significado el hecho de festejar mi primer aniversario con Simón estando separados era trágica, vista desde el punto de la separación, pero era reconfortante a la vez, ya que el diez y ocho de febrero no solo simbolizaba un número, ni solo un año de noviazgo, sino también simbolizaba el hecho de poder soportar las adversidades al lado de una persona amada, y en paralelo, todo aquello también simbolizaba la víspera de cumpleaños para Simón, lo que desataba a su vez, desesperación por parte suya al colocarse en las puertas de sus maravillosos treinta, y situarse un año más alejado de mí, y que eso se mantenga así hasta agosto, cuando las edades volviesen a estar de nuevo en relación de los trece años de diferencia que nos llevábamos.


A pesar de todo, por mi parte, esas fechas me habían hecho sentir vulnerable frente cualquier inconveniente personal que haya podido sufrir entre las semanas anteriores y las posteriores.

sábado, 22 de mayo de 2010

Capítulo 7: ''Exilio''

Exilio

Una impresión no muy agradable me habían dejado aquellas carreteras de Barcelona, y en el automóvil, con mi madre y mi hermana, yo había preferido echarme a dormir, e imaginaba que tal vez al despertar, me vería yo tumbado en mi cama, y en el mejor de los casos, en la cama de Simón, teniéndolo tan cerca de mí, como lo sentía en todo momento. Dormí durante casi todo el transcurso del viaje, no quería hablar de nada, y mucho menos sobre lo ‘’agradable que era poder tener aquel sueño casi realizado de una vez’’. Era horrible, pero lo peor, recién estaba a punto de comenzar, y ésta vez, era para rato. Me sentía tan desplazado de la persona que había sido durante dieciséis años, hasta me era ajeno a mí mismo. Nunca había experimentado igual grado de dolor (de ningún tipo), estaba tristemente acorralado.

Bajar las maletas del automóvil para subirlas por las escaleras hasta un tercer piso, no era precisamente la mejor bienvenida. Yo no tenía hambre ni sed, y lo único que quería era, en realidad, hablar con Simón, tirarme en la cama a dormir y no salir. No quería hablar con nadie ni de nada, quería solamente cepillarme los dientes, darme una ducha y dormir. En la puerta de aquel funesto departamento, una ‘’cálida’’ bienvenida de mi prima Silvia, nos había recibido ya con la comida servida en la mesa. Recuerdo que, absurdamente, hasta brindaron por nuestra llegada, y yo que antes de salir de Paraguay, ya quería volver. Seguía teniendo ganas de dormir, y eso hice. Una ducha de lágrimas dio paso a un ligero rebote sobre mi –no muy cómoda- cama. En mis sueños, me veía reflejado en un montón de espejos de mi pasado, que una parte de mí deseaba romper. Una de las primeras cosas que hice después, fue llamar a Simón. Escuchar su voz de nuevo hizo que mi pulso se acelere, estábamos lastimados, y eso se notaba en ambos. Todo eso, dolió muchísimo, pero, por ‘’suerte’’, al conectarnos en el Chat electrónico, la comunicación era más fluida, menos costosa y un poco más ‘’real’’. De igual manera, toda esa situación hacía que todo fuese mucho más difícil de lo que por sí, en un principio, ya era, con la crisis de Paragay, la fiscalía y las múltiples denuncias hacia Simón (en su mayoría, por mi causa). Todo eso era un suplicio, y no veía la hora de que todo eso acabase de una vez, de poder volver sin cadenas a Asunción, estar rodeado de mis amigos, de Simón, de mi entorno natal. Mi añoranza no simbolizaba una cuestión de patriotismo ni un fanatismo hacia lo que Paraguay tuviese, sino más bien, por la simple razón de que todo lo nuevo me era ajeno y viceversa. Necesitaba sentirme parte, y en Valls, nada (ni nadie) hacía que yo me sintiese parte de nada. Desplazado, una vez más, Kuko. Desolado, una vez más, Kuko.

Los jefes de mi padre (que ya en una ocasión habían ido de visita a Paraguay para conocer el país y al resto de mi familia), nos habían invitado a cenar al día siguiente. ‘’Dios!’’, que acorralado me sentí aquella noche, dado que mi máscara aún no estaba recuperada del trauma que sufrí, y por lo tanto, aún estaba fuera de uso. Aquella máscara hablaba por sí sola: ‘’Todo muy bien; sí; me encanta; delicioso; perfecto; disfruto mucho de esto’’, y las dos mentiras más gordas que esa máscara podía decir eran: ‘’Estoy bien’’ y ‘’No pasa nada’’. No es que ‘’no me pasaba nada’’, sino que, me pasó de todo! Por suerte, esa cena terminó. La noche se hizo más noche y yo me encontraba en mi habitación, la cual tenía una ventana, por la cual entraba un pedazo de luz, el cual me iluminaba, y me hacía sentir –aún más- dentro de una cárcel. El resto, parecía normal, o por lo menos eso aparentaba. Se hizo de día luego de cuatro horas de ojos cerrados, sin sueños ni ganas, y mi padre había empezado a pensar en los trámites correspondientes para los tres: el documento de identidad, los papeles para convalidar los estudios, y demás. Unos cuantos viajes de medias horas a Tarragona hicieron posible todo eso, como si fuera poco ya el hecho de todo lo que había pasado, debía, ahora, enfrentarme a la desgraciada idea de relacionarme con… personas! (sí, personas de verdad). Trágica idea la de mis progenitores, todo aquello. Trágica idea. Adriana y yo estábamos en una situación embarazosa y desagradable, pero, la diferencia estaba en que ella se acostumbraría, tarde o temprano, a toda aquella avalancha que, en algún momento, iba a atacarla. Ella, sería víctima de aculturación, y nadie podía hacer nada por remediar eso. Mientras tanto, mis padres seguían esperanzados con la idea de traer a Pachy y a Gabriela con nosotros, y fue allí en donde el pánico entró para mí: Pachy. La historia de la vida amorosa de mi hermana mayor, gira en torno a ‘’Caperu’’ (se llama Edgar, pero, era un seudónimo inventado por no se quién, no sé cuándo), su novio desde (prepárense) diez años, sí, diez años. Siempre estuve convencido de que ellos ya estaban casados el uno con el otro, aunque ese compromiso no sea de forma legal ni ‘’formal’’ en sentido de papeles que demuestren todo eso, pero, ése no es el punto. El punto que en realidad me preocupaba, era éste: si el viaje me afectó a mí de la manera en que me afectó, cómo iba a sobrellevar ella el hecho de separarse de la persona con la cual había compartido ni más ni menos que diez años de su vida? Aparte de que, simbólicamente, Caperu estaba ya casado con Pachy, él estaba casado ya con todos los miembros de mi familia. Él es y seguirá siendo el mejor partido que Pachy pueda tener. La idea de lo mucho que todo el tema del viaje le pudiese afectar a ella, me aterraba demasiado. Pero, quedaba claro que era una decisión suya la de viajar o no. Sentía un poco de envidia el ver que ella, ya con una autonomía legal de veinticinco años de edad, pudiese tomar decisiones por sí misma, que era, en el fondo, lo que yo quería y necesitaba para poder salir. Sé que todo lo que mis padres habían hecho, el esfuerzo, el tiempo, y el dinero invertido en ése proyecto, era para –lo que ellos creían- nuestro bien, y me dio muchísima pena el hecho de que eso no haya sido así, y más pena aún, me daba el hecho de que no escucharon lo que yo decía, lo que yo quería, lo que yo necesitaba para ‘’mi bien’’. Exiliado en un continente ajeno, me sentía un ser extraño a todo lo que me rodeaba. Salí unas cuantas veces a recorrer la ciudad, para conocerla. Asumo que eso no era por diversión, sino por la simple necesidad de escapar de aquel apartamento fúnebre que me atormentaba con cada día que pasaba… y se cumplió, así, la primera semana. El exilio me había consumido las ganas de ser, y por ello, necesitaba salir y caminar. Recuerdo que un domingo, muy tranquilo, salí a caminar por las calles solitarias de Valls, eran las dos de la tarde, y el sol estaba fuerte, pero, necesitaba salir, así que con música en los oídos, y un dolor insufrible en el alma, me dejé llevar por el andar que mis pies daban sobre las aceras angostas de la ciudad. Calles cruzadas entre sí me mareaban de vez en cuando, cuando de una acera pasaba directamente a otra sin darme cuenta, y de ésta nuevamente, retornaba a la anterior. Caminé durante más o menos dos horas, dando vueltas, ‘’explorando’’, recorriendo las calles, y al lugar al que llevaban cada una de ellas. Fue aquel día cuando descubrí mi nuevo lugar preferido, luego de recorrer, creo yo, casi todo el pueblo: el cementerio de Valls. Era muy tranquilo y apacible aquel cementerio, y la idea de estar entre un montón de muertos desconocidos, me entusiasmaba, ya que yo estaba muerto, y hasta me desconocía a mí mismo. Permanecí allí, sentado un banco, escuchando música tranquilamente, tuve un poco de sueño, y me acosté en el banco. Que el vigilante del cementerio me encontrase allí acostado no me preocupaba demasiado, mentir era fácil, y dado mi notable estado de ánimo en un cementerio un domingo por la tarde, eso sería más fácil aún. Me sentía cansado, por caminar y por todo en general. Cerré los ojos, y me relajé al compás de la música en mis auriculares, pero no me dormí. Eventualmente, luego de más o menos media hora estando acostado allí, tuve ganas de dormir. Evidentemente, caminar dos horas bajo el sol de un domingo tranquilo, luego de pasar una semana horrible en un lugar desconocido, y a eso, sumado mi estado anímico, estaba cansado. Eran las cinco y doce cuando salí del cementerio, lo recuerdo por el enorme reloj que estaba situado en la punta misma de la puerta. Ése era, desde ya, mi sitio, mi lugar de huída.

Las semanas pasaban lentamente, el Chat con Simón era doloroso, tanto por la calidad del Chat, como por lo que simbolizaba el hecho de estar separados. Todos los días, a las seis de la tarde, mi cita premeditada con el dolor estaba prevista entre cuatro paredes con extraños a los costados. La idea de saber que mi voz viajaba por un montón de señales y cables, para llegar a sus oídos, y que lo mismo pasaba conmigo, me hacía vulnerable. Me era extraña la sensación de dar pasos hacia adelante, conociendo la posibilidad de caerme sobre mi rostro en el suelo. Me faltaban mis amigos, me faltaba el resto de mi familia, me faltaba Simón, me faltaba la vida. En aquel entonces me sentía aun más abatido por la idea del colegio, y lo que todo aquello provocaría en mí. Recuerdo que con mi padre, fuimos a Tarragona, para convalidar mis estudios académicos con el curso de aquí, y almorzando, vi pasar a un grupo de chicos más o menos de mi edad, todos juntos, riendo, y más de uno, saltando por la calle, y pensé: ''lo peor, aún no llega'', y así fue. Un miércoles, a mitad de semana, fue cuando debía empezar las clases en el que sería mi nuevo colegio (que en realidad, era un Instituto) que estaba en la misma ciudad. De hecho, el instituto quedaba tan cerca que iba caminando. Miércoles, a mitad de semana, y según el horario, debía empezar con educación física ya a primera hora, lo cual me hacía sentir muy desganado de por sí. Miércoles, a mitad de semana, y con las clases ya en curso para el resto de los que serían mis nuevos compañeros, yo empezaba lo que sería el primero de bachillerato, el en grupo B con especialidad en Tecnología, la cual, sin darme cuenta, había sido la carrera equivocada para mí, ya que desde el principio del curso, hasta la fecha, ha sido un completo suplicio el llegar todos los días a clase y no entender de qué hablaban, y no solo por lo que simbolizaba el hecho del Catalán como lengua, sino por lo que simbolizaba el hecho de que yo estaba un año y medio adelantado de lo que había estado acostumbrado y preparado para hacer, a eso, sumado que yo nunca había sido un alumno excelente, pero, sí era muy bueno a pesar de los ‘’tropezones’’ académicos que acostumbraba tener, pero de las cuales me recuperaba con creces. Mi preparación académica no estaba al corriente de las clases, de la lengua, de casi nada, y más aun con materias académicas que yo no había hecho nunca. A todo el corte académico que tenía, se sumaba el desgaste anímico que significaba para mí, la idea de no poder relacionarme con los demás, a causa y efecto de la lengua, y lo que significaba más aun: la confianza. En esos momentos yo no necesitaba conocer a nadie, lo que necesitaba era una persona conocida en la cual pueda depositar mi confianza para poder hablar de cosas que realmente importaba: lo que significaba para mí y para mi formación académica el hecho de estar rodeado de personas ajenas y un montón de cosas extrañas, tanto culturales, de costumbres, y más aun en lo académico. Yo tenía (tengo) mis limitaciones para todo, y el instituto era ya una de las principales limitaciones que tenía. Esperando en la conserjería, por fin se acercó una profesora con ropa deportiva. Me saludó, me había pedido mi nombre completo para apuntarlo en su lista. Se llamaba Candela, y era mi nueva profesora de educación física (práctica y teórica). De camino al patio, en donde estaban los demás, habíamos entablado una pequeña conversación sobre mí (la cual me era muy natural), preguntándome de dónde era, mi edad, y cosas así. Llegamos al patio, y lo más llamativo fue que no había un solo lugar verde. Estaba tan acostumbrado a los espacios verdes en Saturio Ríos que me atormentaba (sí, atormentaba) la idea de no tener un lugar cómodo en el cual echarme a leer, o simplemente recostarme para relajarme, como tenía acostumbrado en mi antiguo colegio. Me golpeó la vista todos los espacios de cemento y piedras que había, pero, tampoco podía decir nada. Me presentó a mis compañeros, y fue –por primera vez- un episodio peor que cuando te cantan ‘’cumpleaños feliz’’ y no sabes qué hacer. Obviamente, con cara de amabilidad, di un saludo en general. Un cambio de ropa rápido y comenzamos la clase corriendo alrededor de uno de los dos ‘’campos’’ de fútbol que ocupaban más o menos el setenta por ciento de lo que sería ‘’el patio’’. Me había remitido a correr y nada más, trotar a lengua suelta y correr con el pecho casi parado. Recuerdo que era un ejercicio en pareja que consistía básicamente en que mientras uno corría durante un lapso de tiempo predefinido, el otro contaba y anotaba las vueltas que el otro daba alrededor del campo. Luego de la explicación de Candela para los demás, me lo explicó en español/castellano a mí. Lo había hecho bien, pero, me incomodaba el hecho de no poder intercambiar más de dos o tres palabras por minuto con mi pareja, era un hecho era extraño y a la vez insípido para mí, ya que siempre me había llevado bien con una mayoría en mi entorno social, ya sea en el colegio o en cualquier parte. Entre ducharme y cambiarme de ropa de nuevo para seguir con las demás clases del día, los demás se habían adelantado y me sentía –estaba- perdido tanto de lugar como de sensación. Candela me acompañó a mi clase, y me había explicado el manejo de los horarios de clase, que consistía básicamente en buscar en el horario el numero de aula y el edificio correspondiente, pero mi profesora me había dicho que era mejor que ‘’por ser ésta la primera semana, sería mejor que sigas a tus compañeros a donde vayan’’. Obviamente, no lo hice a la perfección, al parecer. Recuerdo que ese primer día de clases, luego del receso, no soporté y volví a casa, abrí la puerta y me tiré a la cama. Creo que pasó media hora más o menos para cuando mi madre se dio cuenta de que había llegado. Me sentí muy desplazado y sin lugar, y eso me había hecho sentir muy mal, tanto que no salí de mi habitación sino para hablar con Simón. Al día siguiente, obviamente, volví a clases pero, ya estaba preparado en cuanto a lo que al cronograma de clases consistía, sólo era cuestión de prestar atención y concentrarme en… mí. Terminé, recuerdo, la primera semana de clases, y ese viernes tan esperado era una especie de recompensa para todo, aunque me ponía de mal humor saber que el viernes duraba tan sólo dos días. Los días pasaban y el Messenger se hacía cada vez más exquisito a la hora de poder hablar con Simón, y eso me frustraba demasiado, hasta que, luego de unas tres semanas, más o menos, encontramos una mejor forma de hablar: el Skype. Con unas seis semanas para Navidad, treinta días habían pasado, y cada minuto para mí, tenía su equivalencia en horas, y las horas en días, así que, queda claro que los días pasaban como meses. El frío había invadido ya una gran parte de Valls, sus calles angostas reflejaban para mí lo pequeño que somos todos en el universo, pero simbolizaban, en contrapartida, lo grandes que pueden llegar a ser algunas personas (yo no, claro está), sino, muchas personas. La añoranza era cada vez más trágica: necesitaba caminar por las calles tomando a Simón de la mano, poder viajar en un bus casi lleno, haciendo bromas con Gabriela o Pachy, la sensación de libertad con cada tereré en la casa de Claudia se había desvanecido, y las cátedras entre cuatro paredes amarillas, en contraste con el blanco y el bordó, permanecían tan ausentes y fusas en mi memoria. Necesitaba sentirme vivo, anestesiar mi dolor, y fue allí en donde uno de los próximos problemas más graves de mi juventud, había dado su primer paso (ayudado e influenciado por mi dolor y por mí): se hacía llamar ‘’Absolut Vodka’’, y fue (es) mi amiga en momentos de desesperación.

‘’Entre ataúdes enterrados, Kuko encontró la paz, y fue su tesoro preciado en momentos de días grises, lluviosos, fríos y ventosos’’. El gris del cielo que miraba, con la cabeza recostada sobre un banco, me dejaba tranquilo. Pensaba en Simón y en mí, en nuestra vida después de que todo eso se acabe. Mi penitencia en España era lo suficientemente dolorosa, y a pesar de todo, lo estaba sobrellevando bien (dadas las circunstancias). Todo eso, algún día no muy lejano, tendría sus frutos, y la felicidad adelantada que sentía por el simple hecho de imaginarme al lado de mis amigos, y de Simón, me llenaba de ganas, así que, mi cementerio era (es) mi lugar favorito, ya que entre tantas personas muertas, yo estaba vivo, en cuyo caso, me sentía mejor. En casa, las cosas iban relativamente bien: la añoranza nos había tocado a todos de maneras distintas, pero, en los dos primeros meses, se me hizo bastante difícil poder sonreír de nuevo con gracia absoluta y no fingiendo una mueca descompuesta en mi rostro. Las cosas se presentaban de manera estable, a pesar de un leve dolor en la pierna de mi madre, de los problemas de Adriana con el inglés del colegio, y de las horas extras de mi padre. Como expresé anteriormente, las cosas estaban estables, dadas las circunstancias. El tiempo, igual de cruel como siempre y aun más con todo lo que había pasado, transcurría a paso de tortuga, y tan doloroso y decepcionante, como la sensación del conejo cuando la tortuga ganó la carrera. La sensación que me dejaba el tic tac en el segundero no era nada buena, y me atormentaba con cada día que pasaba. Parecía increíble que los días, mientras que para el resto de las personas pasaban rápidamente, para mí pasaban como minutos buscando las doce, y las campanadas de una iglesia cercana a mi casa, me dejaba con la idea de que pasaban las horas lentamente. Y llegó el tercer mes, el mes en el cual, con ya muchísimo tiempo de anticipación, sabía que iba a ser el mes en el cual iba a medir mi resistencia: si en tres meses no me agradaba estar allí, ya no me agradaría para nada. El tercer mes fue la prueba que le hice a Valls, y evidentemente, a juzgar por mi ‘’hoy en día’’, asumo que la prueba la gané yo. Lo más doloroso de mi estadía en España, fue sin lugar a dudas, el hecho de dejar atrás a mis amigos, a Simón, a mi familia, pero, otro hecho que me había hecho sufrir bastante, en paralelo a mis remordimientos a causa del exilio, era mi penosa situación académica. A mediados del tercer mes en el Instituto, me di cuenta de que no se trataba solo de que no tuviese amigos ni ‘’colegas’’, y no se trataba tampoco del simple hecho que significaba el exilio académico, sino que se trataba de que estaba tan perdido entre las cuatro paredes rodeado de veinte personas más, y aún peor: lo que significaba el hecho de sentirme estúpido a causa de mi retraso. La culpa, obviamente, no era mía, pero todo ese coctail de sensaciones me hizo sentir como un extraño, un intruso. Ellos estaban académicamente adelantados y, no bastando eso para complicarme las cosas, se sumaban las materias que yo nunca había tenido. Un año y medio de adelanto académico suponía para mí una razón importante para hartarme del Instituto. Una de las cosas que más me dolía (duele) también, era el hecho de saber que la época del colegio -de la que casi todas las personas hablan con creces y con recuerdos divertidos- para mí simbolizaba un suplicio. Levantarme a las seis de la mañana para ir al Instituto durante siete horas sin aprender ni hablar nada era una razón importante (una vez más) para sentirme perdido.

Los días y las semanas igual de lentas, pasaron. ‘’Derrotado-me, has’’ era mi nueva frase dirigida al exilio y al tiempo. El Skype se tornaba dificultoso en algunos momentos, pero, el resonar de la voz de Simón en los auriculares se quedaba tan impregnado en mi cabeza, que a veces fantaseaba con la idea de hablar y escuchar, cuando en realidad le hablaba a una almohada. A veces me quedaba dormido haciendo eso, abrazando la almohada y contándole todo lo que había hecho en el día. De alguna manera, trataba de engañar a mi cerebro, recreando conversaciones fusas entre nosotros dos (Simón y yo, no hablo de la almohada). Obviamente, más allá de hablar, nada más podía hacer con la almohada, ya que su consistencia no era suficiente y tampoco me emocionaba la idea de ‘’hacerlo’’ con un saco de goma espuma. Durante los primeros cuatro meses que había permanecido en Valls, había conciliado un sueño ligeramente reafirmante, pero, luego las cosas se complicaron un poco más, y fue allí donde mi cabeza se quedó paralizada.

viernes, 21 de mayo de 2010

Capítulo 6: ''Efecto Dominó''

Efecto Dominó

Me sentía libre… con fuerzas… con ganas de seguir… pero sin darme cuenta de que lo peor se había aproximado cada vez más, y con el tiempo, ese sentimiento iría creciendo. Yo había muerto por dentro cuando surgió la noticia del repentino viaje de mi familia a España, junto a mi padre, y no era para nada de mi agrado. Sin lugar a dudas, aquel viaje iba a matarme, y… a juzgar por todo (así fue). De haber sabido que me iba a enamorar de esa manera, de aquella mirada suya, y de aquellos labios suyos, nunca (nunca) hubiese dado el ‘’sí’’ a aquel viaje.

Estoy seguro de poder soportar, aguantar y seguir con todo hasta que por fin llegue el tiempo de avanzar juntos los dos, y poder vivir felices como lo deseamos. De alguna manera, asumo que todo eso me hizo sentir bastante mal, y sin ganas. Alguien me había levantado y vuelto a tirar a la pared, cayendo mi cuerpo en un basurero, y mi alma, en manos de Simón. El fue, y sigue siendo, el mejor guardián de lo que queda del alma de Kuko. Hasta ahora, y por mucho tiempo. 16 de septiembre del 2009: cómo iba yo a estar listo para esa fecha? La simple y (en contrapartida) asfixiante idea de separarme de Simón me mataba por dentro, y todo eso se notaba por fuera. Desde aquel domingo que marcó la inexistencia del alma de Kuko, todo se volvió gris, y el único que le daba color a todo, era Simón Cazal, con nombres, apellidos, alias, seudónimos y apodos, con mayúsculas o sin ellas, él era el único. Recuerdo un viaje en un Areguá, a mi destino, con un trozo de carne y con una cama en el suelo, intenté remediar lo que había causado y destruido aquella notificación: mi vida. Sin lugar a dudas, y mirando en retrospectiva todo lo que pasó y quedó atrás, puedo rememorar que nunca estuve de acuerdo, y que de verdad todo aquello iba a amargarme por semanas, meses (…años). Cada semana pasaba, cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. No podía imaginarme que en algún momento, debía despedirme de todas las personas, y todas las cosas que habían formado parte de mi vida hasta aquel entonces, me sentía perdido en el mundo de nadie. El colegio, mi colegio, mi casa de sueños en el cual había pasado nada más y nada menos que once años de existencia, dentro de formaciones de paredes de cuatro en las cuales había reído sin parar, había soñado, había aprendido, llorado, cantado… había establecido un vínculo afectivo con aquella Institución, y saber que debía dejarlo, y dejar a la gente que estaba en ella, me ataba a la trágica idea de no-supervivencia. Suena extremista, pero, cómo iba yo a darle la cara a un problema que me superaba de aquella forma? Todas las formaciones con cantos de himnos mal entonados, sonando en un unísono de voces de críos en aquellos años de primaria… perdidos? Todos aquellos juegos tontos que inventábamos viéndonos envueltos en el pensamiento de crear cosas nuevas para escapar del molde… no volverían jamás? Y, lo peor de todo, quién sino yo mismo iba a entender lo que significaba para mí la idea de dejar al Saturio Ríos para verme involucrado en algo que no me haría feliz en lo más mínimo? La idea de dejar de lado al colegio, y a las personas, y a todo lo que ellas habían hecho por mí, y crear a la persona que era en aquel entonces, no era una ‘’excusa’’ suficiente como para aún más tarde, enfrentarme a problemas mucho peores?

No solo por el lado del colegio tenía problemas, sino aún más al pensar en la parte de mi familia que debía dejar atrás: mis tíos. Asumo que no será de agrado para muchos el que tenga (yo) que tener preferencias en cuanto a mi entorno familiar, pero evidentemente, así es. Mi tía Lilia y mi tío ‘’Pepe’’ eran mi familia más cercana luego de mi familia nuclear, y eran éstas dos las que importaban realmente. A los hermanos de mi madre (llamados tíos y tías nada más), poco o nada conocía, y tampoco conocía a los padres de mi madre. No me había alcanzado el tiempo para conocer a mi abuela materna (o mejor dicho, no le dio tiempo a ella para conocerme). Por parte de mi padre, desde que recuerdo que era pequeño, habíamos llevado a cabo viajes a Horqueta, la ciudad natal de mi padre y su familia, que era una ciudad –prácticamente- borrada del mapa del territorio (cosa que, no cabe destacar). En Horqueta vivía una parte de la familia de mi padre, que se basaba prácticamente en su padre (llamado abuelo), su hermana menor (llamada mi tía), casada, con hijos, unos cuantos primos (de mi padre y de mis hermanas), y demás conocidos de mi familia ajenos a mí. Esa parte de mi familia, era importante, por decirlo de alguna manera. Era el resto de la familia de mi padre, pero, a mi no me agradaba estar ahí, en Horqueta, razón por la cual, no puedo decir que me haya sido difícil desprenderme de aquel trozo de familia paterna que tenía. Eran… conocidos, de alguna manera, con un lazo fraternal –nada más que genético- que nos unía. Ellos eran agradables, y muy cálidos, pero, en 17 años, creo que sólo recuerdo haber ido unas tres o cuatro veces, por más o menos tres o cuatro días, así que, ‘’lo que no se conoce, no se quiere’’. En resumen, mis tíos eran la segunda familia que me había acogido y abierto las puertas de su casa desde que tengo uso de razón, y son como mis segundos padres (dejando de lado las ‘’figuras paternas’’ que ejercían mis padrinos atados desde siempre a un extraño y absurdo hábito, que algunas personas llaman ‘’religión, así que, no cuentan). Desprenderme de los domingos en familia, con mis tíos, mi primo, los asados, compartir esos momentos de alegría, todas esas cosas, se habían perdido (y ésta vez, para siempre), y eso me tenía muy alterado en todo momento.

Mis amigos, mis mejores amigos, los amigos a los que llamaba amigos, pero que no lo eran, los que hacía creer que eran mis amigos, y los que creían que eran amigos míos, los buenos, los malos, los no tan malos, los mejores, los peores, los mentirosos y los insoportables pero a la vez, graciosos… cómo iba a ser fácil el adiós contando a todos ellos, quienes habían formado parte de mi vida desde tanto tiempo? Estaba destruido… estaba (mejor dicho) derrotado. Y Simón, sin lugar a dudas, la parte más dolorosa de toda esa cuestión. Él era el amor personificado, la perfección en forma de hombre (y vaya hombre!). Él era (es) lo que cualquier hombre quisiera tener al lado, y… yo que, forzada y obligadamente, me alejaba de él, no podía creer el daño que le causaba. Era un dolor insufrible, me superaba la idea de abrazarlo y contenerme las ganas de llorar, al saber que dentro de poco, todo eso se iba a acabar (físicamente hablando). La idea de terminar con fantasías hechas realidad, como la de de entrelazar mi cuerpo con el suyo, de besar sus mejillas suaves, de mirar esos ojos marrones, de tocar aquel despliegue de castaños rojozos que se deslizaban entre mis dedos, y de pasear mi barbilla por aquel camino de poros sudorosos, con aroma a amor y deseo, que me acercaban a la entrada de un mundo superior, dulce y hermoso… todas esas fantasías, quedarían impregnadas en mi cabeza, en mi corazón, y en lo que quedaría de mi alma, luego de aquel 16. Simón, mi Simón, mi amor… mi precioso… Cómo iba a saber yo que tanto mal le había podido provocar yo? Pensar en todas las tardes limitadas, las contadas mañanas, en las cuales podía disfrutar del pesado sueño que lo mantenía tan ligero sobre mi pecho desnudo, y más aún, disfrutar del ligero andar desnudo, que llevaba arrastrado hasta el baño en las mañanas, luego de una noche pesada de despliegue de sensaciones tan puras, sin equivalencia alguna. Disfrutar del sabor de su ser, de sus labios, de su pecho, de sus manos… de su cuerpo. Tocar el cielo con las manos al verme envuelto en largas extensiones de piel ligeramente vestidas de pelos, al jugar con el estímulo tan placentero que me provocaba el poder disfrutar de aquel conjunto de poros dulce y perfectamente suaves y deliciosos, que a mis papilas le daba vida. Todo aquello, quedaría atrás, pero de algo estaba yo seguro: solo por un tiempo. El cruel tiempo pasó demasiado rápido, como queriendo darme la puñalada muy rápidamente, alejándome de todo en lo que alguna vez, creí. Ese tiempo, esa cruel venganza, posiblemente, sin razón, que la vida me había dado, me atormentaba en todo momento. De alguna absurda manera, mis padres de verdad creían que eso era conveniente para mí, y no se dieron cuenta a tiempo, lastimosamente, de que, eso no era así. De hecho, el instinto protector que ellos tenían instalado en sus formas de ser, no notaba en realidad el daño que eso me provocaba (que me provoca). Pero, ellos estaban seguros, y cualquier manifestación mía, no contaba para ellos. Ellos querían protegerme, y la jugada, no les salió bien.

''Dios''! Cómo dolía todo aquello, y aún más dolorosa, la idea de saber que eso iba a empeorar con el paso de los días... de las horas que me quedaban antes de dar el adiós a todo lo que yo era en realidad. Los besos, los abrazos, las felicitaciones de cumpleaños por adelantado que tuve que dejar, sin contar lo que tuve que dejar en realidad. Mi casa, mi pobre casa que ya nunca sería la misma, ni yo, luego de aquel trágico viaje que iba a alterar, sin lugar a dudas, muchos cables en mi cerebro. Kuko, oficialmente, destruido. El tiempo pasó, los paseos de la mano en las veredas solitarias de la ciudad de Asunción, todas las tardes, los partidos del Golden Club a la salida del colegio, las cátedras celebres, todos aquellos momentos, estaban perdidos, y sin retorno a su estado natural, como debía ser. La despedida a mis profesores más apreciados, a mis amigos no tan cercanos, a mis amigos, a mis mejores amigos, a una parte de la familia, y... la peor de todas las despedidas: Simón. Un día antes, en ese último paseo por Asunción, agarrados de la mano, sintiendo como su pulso se fusionaba con el mío, sin importarme nada más que volver antes de partir, ése día, fue el trágico anterior. Algunos dicen que cuando estás por morir, ves pasar toda tu vida frente a tus ojos, y... en aquel aeropuerto, al día siguiente, a mí me había pasado eso con cada abrazo que daba a cada una de las personas que habían ido a darme el ''adiós'' ahí. Mis hermanas, mis tíos, mi primo, mis mejores amigos, y unas cuantas personas más, sin demasiada importancia para mí, habían estado ahí. Y Simón, espléndidamente como solo él puede -aparentar- estar. Mi Simón, mi pobre muñecón, víctima de mi 93', víctima de mí... víctima de mí. Entre abrazos fusos, lágrimas que se corrían por las mejillas de algunos, entre palabras llenas de dolor y de un sufrimiento sin igual, el timbre de voz de una mujer en un altavoz me llamaba al fin de una época que, creía yo, no acabaría. Aquel día, sufrí yo, sufrieron todos, pero nadie, sufrió como yo. Con cada abrazo a cada amigo, me debilitaba cada vez más, el último abrazo de mis tíos, los últimos suspiros de aliento que me ofrecía Claudia, entre lágrimas y desconsuelo, los ataques de descontrol de Gabriela, y las lágrimas dolorosas de Pachy, todas ellas me habían convertido ya en un Kuko sin fuerzas, y más aún, en aquel último beso a Simón, aquella mirada que me acompañará hasta siempre, el roce de su piel con la mía, todos los momentos pasaron frente a mis ojos, y fue ahí cuando descubrí que estaba muerto... y lo peor de todo: muerto en vida. En palabras, me era casi imposible describir la rabia que sentía al cruzar aquella puerta, la rabia hacia mí, pero aún más hacia mis padres. Y yo, estúpidamente, me seguía preguntando ''cómo?'', y nadie me dio una respuesta, porque una respuesta para, eso no existe. Esa mirada impregnada en mi memoria, para siempre. Rabia, impregnada en mí ser, quién sabe hasta cuándo.

Crucé la puerta hacia un destino atormentador, con Adriana y mi madre, y me desmoroné por completo. Una última vibración sentí en la mano, era aquel aparato blanco que tantas veces había vibrado antes, a veces con suerte y a veces para quebrar momentos mágicos, pero en esa ocasión, vibró como nunca (y se podía decir que de la rabia y los nervios, yo había vibrado con él). Ese último mensaje de Simón, lo tengo guardado hasta hoy en día, y fue aquel mensaje el que me había ayudado a sobrellevar la muerte a la que me enfrentaba. Una danza unísona y monótona habían montado unas mujeres en el pasillo de la nave al más allá, vestidas a juego unas con otras, indicando un sinfín de instrucciones. La pérdida de ganas hablaba por mí, y entre las lágrimas de Adriana, me vi destruido y acorralado, y mi madre, absurdamente intentando tranquilizarnos a todos, como si de verdad existía consuelo para aquel dolor. Y el dolor de estómago, y la pérdida de la audición momentánea, habían comenzado con las vueltas de las hélices, y las nubes mágicas, no eran más que alucinaciones para mí. La primera parada estaba ya establecida, y fue allí en donde, cuando pensaba que ya no daba más, me desmoroné aún más. Entre aparadores de Banana Republic y D&G, como un zombie, mis pasos se tornaban confusos y cada vez más desanimados con cada viaje al baño, para llorar amargamente, como nunca en la vida había pensado llorar. Mis ojos, mis pobres ojos casi parecían llorar sangre, y cuando ya no tuve más remedio, en un banco, me eché a dormir, y fatalista fue la sorpresa que me llevé al despertar… allí, atrapado, y sin retorno sino dentro de un largo y catastrófico tiempo. La misma danza unísona y monótona, de mujeres vestidas a juego con las demás, había comenzado, y ésta vez, para acercarnos al destino: Madrid, de Madrid a Barcelona, de Barcelona a Tarragona, y de allí, como si la cosa no era suficiente ya, a Valls. Y aquel vuelo, el más largo de todos, fue en aquel en donde tuve que esperar a que las dos cierren los ojos para poder sacar el ‘’yo’’ que llevaba dentro, para poder llorar y auto compadecerme por aquello. Sin control, el ochenta por ciento del viaje: lágrimas. Y soñaba con Simón, y lo sentía tan cerca de mí que casi parecía poder tocarlo con tan solo cerrar los ojos, enrojecidos ya por las lágrimas que habían brotado de ellos. Y llegamos, ya sin retorno, a aquel reino de supuestos acomodados ingresos y estilos de vida, en el cual yo me sentía acorralado. No me gustaba, para nada. Luego de dos horas y media, más o menos, un abrazo de mi padre a nosotros tres, las había hecho sentir (a Adriana y sobre todo a mi madre, muy felices), todo lo contrario de lo que para mí significaba el hecho de pisar aquel suelo, a distancias inimaginables de mi hábitat natural, y de Simón. Solo me quedaba el amor, y saber que volvería a estar con él y con todas las personas a las que, obligado había dejado atrás, y eso me daba fuerzas para que mi pie izquierdo le siga al derecho. Iba a volver, yo lo sabía. Estaba seguro de ello, solo era ‘’cuestión de tiempo’’ para que ese momento llegue, y vuelva a parecer feliz.

jueves, 20 de mayo de 2010

Capítulo 5: ''Simón''

Simón

Ah… Simón Cazal… tan sólo leerlo me parecía tan alucinante. El trabajo que había llevado a cabo me inquietaba de una manera impensable, desesperante. Era demasiado inteligente, que a primera vista –ayudado por sus cualidades muy visibles- me había cautivado por completo. Era alguien a quien yo admiraba, y era alguien que con solo una palabra me podría destruir en pedazos, cientos de pedazos (irónico, suponiendo y aclarando la idea de que también yo podía hacer lo mismo con cualquiera). Me decidí, y una tarde, luego de almorzar, mi destino estaba ya previsto para las dos y media de la tarde, más o menos, y un 27 sería el causante de toda esa avalancha de emoción en el que me había sumergido ya en mi cabeza (y, sin saberlo, en mi corazón y en lo más peligroso de todo: en mi cuerpo). Una hora y media, entre –solamente- el baño, la ropa, el perfume, la apariencia, había culminado (creo que) con éxito. De compañía, recuerdo que tenía a Dido, con el dulce sonido de su inigualable voz que me cautivaba por completo. Hice una llamada rápida a la oficina, solo para confirmar mi asistencia. Y ahí, entre el dos, tres y ocho –meramente repetidos- había tenido mi primera gran sorpresa: su voz. Entre Life For Rent en… más o menos una hora y media (de nuevo), había llegado ya a la Avenida Perú. Sutil y con una calma (muy extraña, a juzgar por las circunstancias), coloqué mi dedo, y la puerta, se abrió enseguida. Una vocecilla no muy agradable, me recibió en la entrada de la casa, en la cual había un aparato de iluminación no muy apreciable, el cual había estado criticando hasta que él de desocupó. Pensé: ‘’Kuko, sos un bobo… él con un montón de cosas y vos robándole el tiempo’’. Pero, por fin se dio la oportunidad, entre las conversaciones de dos arpías disfrazadas de personas (sí, disfrazadas de ‘’personas’’). En fin, con una leve caminata entre las paredes estrechas de un pasillo, llegué a la Oficina Principal, en la que, en todo su esplendor, se encontraba él, y hasta se había levantado de la silla para recibirme. Me sentí… importante. Había dejado mi leve bolso rojo, un leve bulto de Gluconato de Hierro II que llevaba encima, en la silla que tenía yo al lado, y a la vez, frente a él. Tenía una buena vista a la avenida, recuerdo. La ventana tenía una cierta curiosidad que la hacía interesante, por lo menos para mí. Hablamos de las cosas que yo podía hacer dentro de PG, me informó sobre los temas que trataban, modo de trabajo y demás. Completé un formulario de inscripción, por el cual, según Simón, era yo el miembro con menor edad dentro del grupo. De alguna manera, era relajante poder hablar con él después de tantas incontables veces que hablé de él. La forma en la que se movía, los gestos que tenía, indicaban una leve sensación de incomodidad, o por lo menos eso parecía. Había impreso un documento en el cual constaba, resumidamente, la historia de PG, los objetivos, los logros, y demás, que de vuelta a casa en el 27, como media hora después de salir de la casa, me había puesto a leer incansablemente. Me había hablado, más o menos de algunas personas, como Federico, Paloma, y demás. Entre esto y aquello, sentado aún frente a él con una mesa de separación, habíamos entablado una conversación agradable, por decirlo de alguna manera. Era tan interesante. Me preguntó si ya conocía la casa (pregunta tonta dado el hecho de que era la primera vez que estaba allí, y era algo que él sabía) esperando un ‘’no’’ por respuesta para darme un recorrido por las instalaciones. El plan, asumo, le funcionó. El baño, el resto de la sala, las demás oficinas, el patio, y un pequeño proyecto que, según él, se acercaba a la idea de que era un jardín. Fue más o menos así. Había quedado encantado con todas las cosas que me había enseñado hasta aquel entonces. Habíamos acordado que, asistiría a unas reuniones, para conocer mejor el modo de trabajo con el que se desempeñaban.

Y llegó el lunes, y me había presentado frente a una mesa de gente a la cual no conocía… salvo uno. Recuerdo que, no estaba seguro como para preguntárselo, ni mucho menos. Esperé a que me llamara, y cuando Simón dijo su nombre, yo ya estaba seguro: era él. Asumo que, no pensé, antes de aquella tarde, que él era él… Federico Gamarra, MNESIS. El ASUNCIÓN ANTIFASHION del cual todos hablaban, había sido fantástico. Y yo tenía en frente al creador. En aquel entonces, yo había empezado mi cursillo de ingreso para el bachillerato, tiempo de sobra no tenía pero, no quería decir que no (aunque asumo que en algunos casos me sentí tentado a hacerlo). Reunión tras reunión, lunes tras lunes, iba manteniendo un contacto más ‘’amable’’ con Simón. Entre hacer fotografías de la casa, envío de solicitudes de amigos para PG, ya me sentía contento, pero no parte de ellos. Admito que, sabía que yo no era parte fundamental de ellos, y que mi trabajo era absurdo y… torpe, pero el solo hecho de creer que podía servir para algo –algo bueno- me entusiasmaba mucho. Entre Paloma Federico, Franco, ya me sentía bien, estaba contento sabiendo que quizás, algún día, también yo podría hacer todo lo que ellos hacían.

Y pobre Kuko, que no se dio cuenta de que estaba tan enamorado de Simón desde antes de conocerlo en persona.

Entre un cursillo especial, otro con un profesor particular (que me había enseñado todo lo que debía saber en cuanto a lo académico, y más aún de la vida, desde más o menos segundo grado), había llegado mi cursillo de repaso, el cual, obviamente compartí con la mejor profesora de todas: Claudia. La simple idea de perderla, ya que se mudaría de colegio, me tenía muy preocupado, pero, el aún más simple hecho de saber que ella sería feliz, me tenía envuelto en una paz bastante… acogedora. Una semana, más o menos, entre ecuaciones, factores, oraciones subordinadas, complementos directos, raíces cuadradas y sintagmas nominales, yo había mantenido un contacto fluido con Simón, hablando no siempre de cuestiones de trabajo (‘’trabajo’’ entre comillas). Era tan agradable, y yo sabía que estaba enamorado, y Claudia, también lo sabía ya, aunque yo no se lo dijera (todavía). Con cada ‘’1 mensaje nuevo’’ en la pantalla del teléfono, en mi rostro se dibujaba una sonrisa demasiado evidente, como que para no darse cuenta alguno, debía ser torpe o ciego. Ella lo había notado, y yo lo sabía, y se lo dije. Según ella, me había dicho que estaba muy feliz por mí. Bajo los árboles del patio de al lado, era bastante feliz suponiendo la idea de que entre Simón y yo pasara algo. Asumo que, no fue la mejor manera de ''levantar'' la que había/mos empleado, pero, era lo que hacíamos de igual manera.

14 de febrero del 2009. PG había desarrollado un proyecto de ''Cursos de Promotor PG'', los cuales se llevaban a cabo los sábados de tarde. Claudia y yo, entre letras y números, decidimos tomarnos un respiro aquel maravilloso sábado. El novio de Claudia, quería pasar con ella aquel Día de los Enamorados, pero, debido a diversos problemas que la madre de Claudia tenía con sus ''amigos'', eso no sería posible... a menos que hiciésemos algo (y rápido). Claudia y yo (entre mentiras) íbamos a ir al curso en PG, y en la casa, ella se encontraría con su novio para pasar la tarde juntos. Mientras, yo, en la charla del lado de adentro de la Casa. Se había llevado a cabo todo, de una manera normal, de no ser por algunos inconvenientes e imprevistos que surgieron, pero con no demasiada importancia como para arruinar la tarde. Me sentía muy bien al saber que Claudia había podido tener una tarde al lado de su enamorado, y aún más, saber que pude hacer algo para ayudar en el plan. Para mí era importante saber que esa sonrisa era más que una falsa mueca de ''no te preocupes'', para mí era importante saber que era sincera. El sol había bajado ya, aún no del todo. Entre intercambios de palabras, relaciones públicas y demás, ella, él, y yo, debíamos seguir, rumbo a aquel 27 en el cual se dibujaron en mi cabeza, un sinfín de fantasías durante aquella una hora que nos tomó llegar a mi casa. Entre mensajes de Simón, el aire que se respiraba en aquel 14, y la sensación de felicidad fusa que sentía yo mientras pensaba en él, me sentí feliz. Por un momento, quería decirle lo entusiasmado que estaba al saber que habíamos coincidido en la misma dimensión, espacio y tiempo. Las diferencias no me afectaban. Yo quería ser feliz, y lo conseguí. Pasó sin darme cuenta, pero me encantó que haya pasado, lo admito.

Más de una década nos alejaba de la igualdad en edad (13 años para ser exacto), pero, no era algo demasiado importante para mi, puesto que tenía todo lo que pedía: amor, sinceridad, belleza interior y exterior, una inteligencia inalcanzable, confianza, me respetaba, y me daba seguridad. Era magnífico todo pero… no había nada concreto aún, hasta que entre fantasías, deseos, hasta poemas, un fracasado día de los enamorados, recibí un mensaje de Simón… y fue ahí donde todo comenzó (POR FIN). Día tras día, entre un montón de sensaciones relacionadas con Simón y mis dos exámenes de ingreso, continuábamos envueltos en un fluido contacto vía mensaje de texto. Entre el 15 y 16, el corazón se me salía por la boca al sentir la breve vibración del teléfono, y entre el 17 y 18, la magia había surgido. Envuelto entre miles de tareas, a causa de mi cursillo preparativo de ingreso para el Bachillerato Técnico en Informática, él se había prestado para apoyarme en todo, y era algo admirable. Recibía palabras de aliento cuando más las necesitaba, y sin lugar a dudas, era algo que me seducía mucho.

Mis exámenes estaban en óptimas condiciones, y quería festejarlo. Habíamos quedado Simón y yo en La Casa -luego de tontear y ''pololear'' durante días- para una primera cita, por así decirlo. Todo mi esfuerzo había tenido ya una recompensa: el número doce de treinta, y aún mejor: un encuentro con él. Habíamos quedado en que apenas cruce yo la puerta de la oficina, nos besaríamos como si yo llegara de Irak luego de una guerra que había durado una década, pero, por alguna cuestión desconocida, eso no pasó. Entre Coca-Cola, charla, tonteo, y leves cumplidos del uno al otro, estábamos destinados a ir a su casa (a unas cuadras de La Casa). Entre dos cuerpos bigotudos y grises, más otros cuantos, destacaban Xander y Dana, los mayores. Observar cómo él era fuera del contexto serio y formal en el cual, de alguna manera, se hallaba enjaulado, me había impresionado. Entre una caja de recuerdos, en mi cabeza sonaba un ''Soneto'' de The Verve, entre más cumplidos, enganchados en una cama, contra la pared, y con la espalda entrelazada con las sábanas, el primer contacto de piel (sin contar los apretones de manos anteriores a eso) se había producido: el suave y delicado sabor de sus labios que me estremecían casi tanto como... alguna otra sensación jamás experimentada con anterioridad. Sentir el roce de mi lengua con la suya, en un beso más profundo, había despertado a todo el escuadrón de hormonas incontrolables (hasta la fecha) que habían tomado forma y cuerpo en una suave sensación de humedad al final de una cabeza bastante violenta. Capaz y en él no haya despertado el más mínimo desequilibrio hormonal, pero, mis desequilibrios eran suficientes ya por los dos. Enloquecido. (Al escribir este trozo de texto, asumo que casi el mismo desequilibrio se produjo en mí)

Oficialmente, le había propuesto ser ‘’mi compañero’’. Accedió (más vale). Al notar cómo nuestra relación adoptaba una forma, alrededor, era un poco complicado de asumirlo. Sin demasiadas complicaciones, de igual manera, lo asumimos y asumieron.

Oficialmente novios, Simón y yo.

1, 2, 3… 4 y hasta 5 meses cumplidos, llevándose a cabo ya conexiones con mi familia. Mi madre estaba de acuerdo en líneas generales, y mis demás hermanas estaban muy contentas por mí, pero, cabe destacar que todo lo sucedido anteriormente, desde mi integración a PG, Ulises, hasta mi noviazgo con Simón, estaba a completo desconocimiento de mi padre. Él sabía que yo era gay, pero, por alguna cuestión religiosa guión ética guión moral guión ''no open minded'', él prefería quedar al margen de todo eso (y por razones obvias, al margen de mí). No estaba preocupado en realidad. No importaba demasiado nada, mientras estaba con Simón. Me sentía un poco preocupado por mí, y por el daño que yo le ocasionaba a él. A veces, nuestra relación pasaba a ser un reto. Yo con 15 años no podía salir ‘’así nomás’’, siempre necesitaba de permisos, cuidados, horas límites, etc. Yo estaba acostumbrado a eso pero… y Simón? Eso era lo que mas me dolía: el dolor, la rabia, la inquietud y el enojo que yo le provocaba. Obviamente, no siempre me confesaba su enemistad con mis permisos y límites de hora, pero, me sentía lo bastante intuitivo como para darme cuenta de eso con solamente mirar sus ojos. Estaba mas que claro: le molestaba, pero, gran cosa yo no podía hacer, más que adaptarme, y ayudarlo a que se adapte.

Ingresando al 1º año del Bachillerato, me había percatado de que –una vez mas- estaba tratando de adaptarme a un nuevo ambiente, con el cual debía convivir durante tres años. Nuevamente, y como se dio en cada capítulo de mi vida, me vi –a veces- forzado a relacionarme con los demás. Martha era mi amiga asegurada en el colegio, en quien confiaba. Una especie de confidente que sabía guardar un secreto, que era lo que necesitaba.

Mi clóset se había abierto más de la cuenta, pero, estaba bien. Me sentía a gusto con Simón, siempre buscaba la manera de estar a su lado. Era (es) la persona con la que sueño despierto, con la que planeo vivir todo lo que me alcance. Es mi droga, por decirlo así. Es como la Vicodina de House. Es (atención, todos) el amor de mi vida –por excelencia-.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Capítulo 4: ''Gluconato de Hierro II''

Gluconato de Hierro II

Por fin! Me sentía… tan liberado (admito que lo que más colaboró en mi descargue emocional fue la pelea), como si todo comenzaba de nuevo, y las cosas en mi alrededor iban tomando forma. Me había fijado que, como ya no importaba en lo más mínimo lo que pudiese pasar con Ulises, quería invertir mi tiempo en algo más, algo que me ayude a mí (claro, en aquel momento sólo vi opción como una… opción, sin saber que ésa sería la causa de toda mi felicidad, meses después) y también a otras personas.

Como varios amigos me habían comentado, y yo, a la vez, meses atrás, había investigado en Internet, un grupo LGBT se había establecido de una manera muy… ‘’especial’’ en la capital. Tenía la (no muy clara ni tampoco decidida) iniciativa de querer ayudar, de creer poder hacer algo bueno por ellos (cosa que, a nivel institucional, no me funcionó para nada, ya que sólo era ‘’el pobre aprendiz que cree que puede hacer algo’’), y tenía tantos ánimos, que me decidí. PARAGAY era una organización sin fines de lucro que buscaba un Paraguay libre de homofobia, con la cual me había identificado desde hacia ya mucho tiempo, pero aun sin darme cuenta del alto poder que la etiqueta de PG tenía sobre mi, pero aún más importante: el poder que tenia sobre mi lo que estaba tras esa etiqueta. Simón Cazal, un activista gay que lucha por los derechos de las personas homosexuales, al igual que lucha por los DDHH, había establecido un cierto nivel de confianza conmigo, desde hacía ya un cierto tiempo. Desde noviembre del año anterior (2008), ya había empezado (yo) a frecuentar ’’La Casa de PARAGAY’’, por interés propio, y personal. Lo que para mi era desconocido aun, era el por qué de mi visita frecuente a la casa. Me gustaban mucho sus instalaciones? Sí. Era el ambiente de trabajo lo que me agradaba? (Tal vez).

O era el deseo insaciable de ver ese rostro y oír esa misma voz que resonaba en mi cabeza por horas, y horas, lo que me atraía tanto a aquel ambiente? Con certeza, no lo supe hasta que me di cuenta. Hablaba con franqueza de mis problemas amorosos con Ulises con una persona en especial: Simón. La razón: no la sabía en aquel entonces. Por qué soñaba yo con él? No lo sabía.

Entablé algún tipo de contacto con Simón Cazal, el Director Ejecutivo de PARAGAY (asumiendo un nombre bastante inteligente y… seductor). Él me había dado un cierto grado de ánimos para poder creer que podía hacer algo, y en no muy contadas ocasiones me había invitado a La Casa, proposición que acepté sin rodeos. Evidentemente, me salté la parte de mi salida del closet con mi familia, pero… es un tema no muy extenso, ya que fue ‘’fácil’’ y sin demasiados problemas. Una tarde, luego de un almuerzo, le comenté a mi madre sobre las posibilidades de unirme al grupo de apoyo de la organización, le había comentado sobre el trabajo, sobre lo que hacían, sus labores y obligaciones con la sociedad (evidentemente, de una manera lo suficientemente seria para que se confíe, asumiendo que ni siquiera yo sabía muy bien de qué se trataba). Accedió, gracias a las probabilidades no muy altas de que eso me afecte, y, obviamente, porque en aquel momento, mi madre, y todas las personas que yo quisiera, estarían en La Manga del Saco Negro (evidentemente, no cabe recalcar que para aquel entonces, mi poder de manipulación era ya lo suficientemente fuerte como para trabajar con y a la gente. La capacidad de meterme en la cabeza de las personas (por decirlo así) y trabajar mi poder de convicción –y conveniencia- por medio de mis palabras –y actos- era ya lo suficientemente ‘’poderoso’’ (dejando en duda el inevitable, insospechable, y no muy creíble poder del poder, por no citar su existencia). Rememorando y ‘’viajando en el tiempo’’, nuevamente, recuerdo que mientras el tiempo pasaba, mi relación con Ulises empeoraba, y mientras eso pasaba, yo me abría paso a una amistad con Simón. La diferencia de edad establecía que él había experimentado mas cosas que yo, experiencia le sobraba, y era algo que a mi me faltaba. Era la persona que estaba buscando. Era lo que pedía, y ya tenía planeado que si hubiese nacido 10 años antes, él sería el novio perfecto para mí. MOMENTO! Estaba enamorado desde hace mas tiempo de lo que había sospechado! Desde mi noviazgo con Ulises ya había alucinado con Simón, soñado con Simón, pensado en Simón. En ese mismo momento fue cuando por fin estaba seguro de algo en la vida: estaba enamorado, enamorado hasta los huesos. Obviamente, fue muy obvio para los que me conocían lo suficiente (Claudia, Pedro... hasta Mamá).

martes, 18 de mayo de 2010

Capítulo 3: ''El León, Las Brujas y Mi Armario''

El León, Las Brujas y Mi Armario

Sebastián Álvarez era un chico que en aquella época cursaba el séptimo grado. No es precisamente la historia que me encanta contar, pero fue la historia que marcó una etapa de mi vida, y la que ayudó a construir mi propia identidad. Había entablado ciertas conversaciones con él anteriormente antes de darme cuenta de que me sentía muy atraído por él. Él era muy simpático, y era la clase de chico que a cualquier chica le podría gustar, y –lastimosamente- era la clase de chico del cual solamente un pobre loco como yo podía tener en su cabeza (y nada mas que en su cabeza). Para acortar ‘’nuestra historia’’, puedo resumir que ése chico del séptimo grado se había vuelto la persona de la cual me había enamorado realmente por primera vez, y fue la primera vez que entendí la expresión: amor imposible. De manera no muy sensata, y no de la mejor (cabe mencionar) entendía a Platón. Él (Sebastián) era imposible, y no hacía falta que alguien me lo dijera para saberlo. Era bastante conciente de eso. Pero, nada podía yo hacer. Estaba muy atraído por el. Por suerte, sin demasiados problemas, eso terminó.

Mi vida ya no había sido la misma desde entonces. Había sido conciente (desde siempre) que una chica no era lo que realmente me atraía afectivamente. Era (y sigo siendo) bastante sensible con la belleza femenina, pero no lo suficiente como para sentirme cómodo en los brazos de una mujer, besándola, y ‘’amándola’’. No era lo que me llenaba. Estaba conciente de que en mi cabeza existía un cierto ‘’desequilibrio’’. ¿Cómo era posible que me atraiga un chico, y no una chica, como al resto de mis compañeros?. Sale a relucir una vez más mi emancipación de aquel molde al cual ya todos pertenecían, y del cual algunos ya eran hasta esclavos. Yo no era igual a los demás, pero, tampoco me quejaba.

Varias cosas se me pasaron por la cabeza en aquel entonces. ¿Serían mis nuevos amigos los causantes de eso?, ¿sería Pedro con sus declaraciones hacia mí? No lo sabía con certeza, pero sea cual fuere la causa de mi alboroto hormonal, me daba gusto. Sufrí bastante al comienzo. Asumirme como homosexual no era precisamente lo mejor que me había pasado en la vida, pero me había metido en la cabeza que no iba a ser yo la persona que se esconda tras una máscara toda su vida. No quería estar ‘’dentro del clóset’’.

Desde allí fue que empecé a darme cuenta de que era dueño de una identidad bastante sólida, una personalidad bastante original, junto con mis ideas, mis ideales y mis metas, sin dejar atrás los principios sobre los cuales me había (n) educado hasta ese tiempo. Era feliz, era gay.

Sin darme cuenta, hablaba de ese tema con bastante facilidad entre mis amigos. No hicieron escándalo, excepto algunos que no podían creerlo aún. Supongo que eso era bastante lógico. Nunca antes había hecho ningún comentario sobre mi atracción hacia algún varón, y mi forma de ser no daba paso a sospechas sobre mi verdadera orientación. Era algo simpático (viéndolo desde mi propio criterio), las personas que no me creían del todo, no se basaban en su homofobia interna, al contrario, no me había cruzado con nadie que no estuviese de acuerdo, sino mas bien, era porque (según me habían dicho), yo era una especie rara de homosexual: yo era un gay que no era afeminado. Eso había colaborado en la discreción de la identidad que había empezado a construir, casi nadie iba a pensar que era homosexual, puesto que no era maricón (pero tampoco era demasiado varonil).

Mi familia (por alguna razón que desconozco, creo) no había sospechado nada de esto. Igualmente, era de esperarse. Yo me sentía cómodo siendo lo que era… era agradable –de cierta forma- no ser igual a todos, y por más cosas parecidas que yo haga a las que los demás hacían, ya tenía algo que me sacaba de aquel molde.

Oficialmente, aún no había salido del clóset.

Superándome de alguna manera, había finalizado mi año lectivo de octavo grado con mejores resultados. Ya había entendido el mecanismo de acción con el cual debía guiarme dentro de la etapa básica que un año mas tarde, estaría finalizando. Yo había cambiado, mi cabeza, mi entorno, y mis ideas e ideales habían cambiado paralelamente conmigo. No era completamente seguro de mí mismo… pero, trabajaba para mejorar eso. Estaba ya seguro de mi orientación, pero no del todo como para hablarlo con mi familia, con mi madre, ni -mucho menos- con mi padre.

Mis amigos y amigas (en su mayoría) ya lo sabían. Al fin de aquel año, era ya notable como eso no había alterado mi relación con ninguno de mis amigos. Me llevaba muy bien aun con todos ellos. Era algo que no me avergonzaba, pero todavía me faltaba un poco para poder asumirlo completamente, y sabía que si así seguía, no iba a pasar demasiado tiempo para que ese día llegue.

24 de febrero del año 2008, y ya había empezado el nuevo año lectivo del noveno grado para mi y todos mis compañeros de clase, que si bien algunos seguían con su tercera infancia, algunos ya nos habíamos acoplado al cambio de edad y ambiente (no obstante, seguíamos comportándonos como bobos sin remedio, pero, sólo cuando se debía). Quedaba más que claro que éramos nosotros los que debíamos ser ejemplo de todos los demás que luego seguirían nuestros pasos, pero, en pocos meses ya nos habíamos dado cuenta nosotros mismos de que aquel noveno era un grupo desastroso en cuanto a conducta. Irresponsable, poco maduro, y con un serio problema académico, pero que ante cualquier problema que cualquiera de nosotros tuviésemos como grupo, se mostraba unido y más fuerte que en ningún otro momento. Nos caracterizábamos por no dejar que los malos momentos en la vida de uno, o de un montón, afecte a la relación de confianza que mostrábamos todos entre todos. Yo –por supuesto- no me había llevado bien con todos mis compañeros, pero eran muy pocos los que no eran de mi total aprecio o agrado.

Si bien, habíamos establecido ciertas normas entre nosotros mismos, no las habíamos seguido al pie de la letra. Nos habíamos propuesto un año con buenas calificaciones y con un mejor rendimiento académico, que no precisamente estaban presentes en los resultados que se mostraban al final de cada etapa. Igualmente, hacíamos lo que podíamos para salvar cada situación, en la cual era notable la falta de compromiso con el estudio, y con nosotros mismos. Luego de haber sido un mal séptimo, y un octavo desastroso, habíamos quedado en que ese noveno no se iba a caracterizar exclusivamente por la falta de conducta y de madurez que se mostraba a la gente, sino mas bien, mostrando –o intentando mostrar- una buena conducta, y responsabilidad por parte de cada uno. Al fin, a mediados de año, todos éramos concientes de que no lo íbamos a lograr, entonces, decidimos más bien, disfrutar de nuestro ultimo año juntos a nuestra manera.

Caracterizada por las típicas fiestas de quince años, esa época se mostraba bastante amable con nosotros. El tiempo había sido amigo de nuestra época, y pocos éramos concientes de que ese mismo tiempo amigo, nos iba a pasar una factura un poco elevada (y así fue). Independientemente del comportamiento dentro (y fuera) de las salas de clase, Claudia y yo nos habíamos vuelto más que amigos, y la vez, estuvimos unidos que nunca. Varios sucesos fueron los que iban marcando poco a poco cada época de nuestras vidas. Ciertos desequilibrios en la vida de cada uno, a veces afectando al otro, y a otros.

Había cumplido 15 años en agosto. Era bastante conciente de que estaba en puerta una nueva etapa de mi vida: la adolescencia, con la cual tenía que luchar, y con la cual también debía sobrellevar una cierta carga -no tan negativa- sobre mis hombros.

Mediados de octubre, principios de noviembre me vi involucrado con alguien. Por primera vez -luego de mi devastadora atracción por Sebastián- alguien me había interesado demasiado hasta el punto de jugarme por él, y no hace falta aclarar que ese ‘’alguien’’ no era precisamente una chica, sino más bien un chico de 17 años, el cual me había gustado mucho.

Ulises Spelt –luego de varias semanas de entablar conversaciones y largas horas de charlas- se había vuelto mi ‘’futuro ex novio’’, y eso era algo bien sabido por mi desde un principio, puesto que a los ojos del amor todo es perfecto en una persona. Me gustaban muchas cosas de él, pero lo que menos me agradaba de su personalidad –aparte de ser muy egoísta- era que tenía justamente lo que menos me agradaba: era obsesivamente celoso. Que mi novio demuestre ciertos celos hacia mi me parecía una idea normal, demostraba que le interesaba, pero los celos que él demostraba (cada vez que podía) se habían vuelto enfermizos, y poco atractivos dentro de su personalidad. El llevaba una vida fuera de su casa, vagando todas las noches –y días- que podía, con amigos extraños con los cuales no me identificaba. No estudiaba, y era alguien a lo que normalmente llamamos un ‘’desastre’’. Mi madre (y mis hermanas) no lo habían aceptado en ningún momento, y era algo para lo cual estaba relativamente preparado. En aquel entonces creía que era solo cuestión de tiempo pero, me había fijado en la vida que llevaba, y me había dado cuenta de que no me gustaba para nada él, pero había algo aún peor: estaba enamorado. Él se había vuelto mi amor… pero no pasó a ser más que eso. Un mes cumplido y era todo supuestamente perfecto, dos meses cumplidos y ya se habían notado ciertos desacuerdos entre nosotros (que eran normalmente provocados por sus absurdos celos), a los tres meses ya todo había acabado, pero, sintiendo todavía que algo seguía vivo entre nosotros, decidí darle tiempo al tiempo, y dejar que nuestra relación tome su curso natural. Sus besos ya no eran los mismos, ni él era el mismo. Yo había cambiado, y me vi forzado a dar a conocer mis desacuerdos para con sus celos obsesivos, y cambios de decisiones que constantemente tenía. Él era víctima, había sufrido mucho, sin su padre, y con una madre a la cual él no respetaba, pero, no era yo la esponja que absorbía todos sus quebrantos. Ya todo daba igual, si terminaba, terminaba, y si seguía, estaba decidido a buscar la forma de que terminase. Discutíamos por cualquier cosa, peleábamos por todo, y todo era ocasionado por él y sus ideas tontas. Un empujón y una golpiza -muy bruta- fue lo que marcó el final de nuestra ‘’relación’’. Habíamos peleado, nos habíamos revolcado en el suelo de tanto pelear… lo había maltratado pero… para cuando me di cuenta, él era solo un hombre normal. Para mí ya no significaba nada desde hace mucho antes, y fue así como puse fin a todo eso, a tan solo 3 días de cumplir cuatro meses de noviazgo. Recuerdo aún el mareo que sentí al dar vueltas en el suelo mientras peleaba de rabia, y también recuerdo claramente la forma en la que me apoyé sobre a una pared, mareado por la sangre que tenía en la ropa, viendo moverse rápidamente aquel ‘’ASUNCIÓN ANTIFASHION’’ grabado en la pared. Me sentí mejor luego, obviamente. Por suerte, terminó. ‘’Los días se volvieron semanas, las semanas, meses’’, afirma Christian en ‘’Moulin Rouge’’, y para mí, así fue. Un tiempo después, no muy largo, intenté encontrarme de nuevo a mí mismo, lo que no había hecho en un cierto tiempo. Intentar reconstruir lo que en cierta manera, y en cierto grado estaba relativamente destruido, era algo para lo cual yo necesitaba tiempo.

Luego de un corto tiempo, me di cuenta de que no era tiempo lo que necesitaba, sino más bien, ayuda. Pero… cómo pedir ayuda para reconstruir mi alma? No por mi ruptura con Ulises, sino más bien, por mi mismo. Me había dado cuenta de que había dejado de lado muchas cosas por él, lo que no era precisamente algo que me gustaba aceptar.

En cierta forma no me sentía arrepentido por el hecho de haber salido con alguien como él. Nadie más que mi familia había tenido el coraje de decirme en la cara que no era él una buena persona, y eso me había hecho sentir un poco alterado. Esperaba que alguien más me dijese que él no era el apropiado para mí. Nadie lo dijo sino hasta unos días después.