martes, 6 de julio de 2010

Love Royale

De un tiempo a esta parte, hace más o menos dos semanas y media, empecé a divagar sobre cuestiones (muy a mi estilo) tontas y poco relevantes. La cuestión es que, pasé de divagar sobre temas relacionados con el poco uso que las mujeres de Asunción dan a los zapatos de tacón, hasta cuestiones un poco más controversiales como el sexo, la religión (una vez más) y… el amor. De niño, recuerdo que en uno de los canales de aire que se adueñaba del rating los sábados por la noche, pasaban una serie que, al parecer, se volvió bastante exitosa en los últimos años (para cuando eso, yo tenía más o menos once o doce años), por lo cual en aquel entonces no sabía qué era exitoso y qué no lo era. Lo que sí recuerdo, es que entre una de sus tantas reflexiones, Carrie había conseguido llamar mi atención por completo (no por el hecho de que hubiese algún tipo de contenido sexual de por medio, sino por su reflexión en sí), y recuerdo que hacía una referencia al amor, sobre lo ridículo, inconveniente, y apasionado que éste puede llegar a ser si se ama de verdad y de manera recíproca.

No recuerdo muy bien el contexto ni el lugar en el que se plateaba la situación, pero lo que sí recuerdo es la silueta de Carrie Bradshaw, sentada frente a su computadora redactando algún que otro artículo, y esta vez, relacionado con el amor (para variar). En el episodio, Carrie regresa a su departamento un poco frustrada luego de una salida de amigas a un casino. Tampoco recuerdo con exactitud las palabras que utiliza para dar forma a su reflexión, pero sí retuve (y sigo reteniendo) el sentido que le dio a todo lo que pensó en ese momento. Por el momento, lo explico con mis propias palabras: ‘’Las personas se entregan al juego (del casino) por adicción en su mayoría, buscan el juego y sienten que sin él no son nada, no existen, y siendo conscientes de que la Casa siempre gana, las personas de igual forma y de manera desinteresada siguen apostando todo lo que tienen en juego con tal de (valga la redundancia) jugar al juego y de acuerdo a las reglas que dicta la Casa. Si el amor personificado como un casino o la Casa nos invita a jugar, nos abre las puertas de la casa, nos llena de vida y nos muestra a su vez a un montón de personas con el problema similar al de cada uno, ¿vale realmente la pena saltar al abismo y jugar(nos) las fichas con tal de.. jugar? Teniendo conocimiento del juego, el engaño que acarrea el juego, y las reglas que acarrean el engaño y el juego… ¿de verdad somos las personas tan estúpidas como para dejarnos caer en el juego, el engaño y las reglas de la Casa? Si las pocas fichas que tenemos ganadas al jugar las podemos canjear por premios más interesantes… ¿por qué apostarlas todas a la Casa? Y si somos conscientes de que la Casa siempre gana, dejándonos sin fichas, ni premios… ¿por qué seguimos apostando? ¿por qué seguimos jugando? Y para desmentir la figura retórica que simboliza la Casa como personificación del amor: ¿Por qué carajo seguimos amando?

Intenté durante mucho tiempo encontrarle una vuelta al asunto, y debo asumir con vergüenza que no encontré respuesta por la cual los humanos, inútilmente, recibimos y damos amor. Es absurdo. Durante unos minutos, personifiqué al amor (o a las relaciones amorosas) como un comportamiento igual de absurdo como la religión: Encontramos a una persona, la adoramos, la colocamos en un pedestal, hacemos favores, la amamos, realizamos actos en su nombre (actos buenos o malos, como pasa también en la absurda creencia de la religión), pero por sobre todo: caemos en la trampa del amor. Pensé en esa posibilidad para explicar el gran conflicto del amor, ese amor que nos trae problemas desde los inicios de la existencia, pero, luego de reflexionar con una persona bastante inteligente, me di cuenta de que esa explicación era errónea y con muy poca carga racional. La religión no es igual al amor, ni el amor es igual a la religión: no son igual de absurdas ni estúpidas, no son igual de dañinas ni mucho menos igual de dolorosas… dado que la religión gana al amor en todo eso, por lo cual, decidí deshacer la teoría de que la religión y el amor van tomados de la mano en cuanto a similitudes.

Dato importante: estoy enamorado.

También hay que reconocer en todo esto que, por más de que todos digan lo contrario, el amor y el cerebro no son los mejores compañeros a la hora de decidir saltar al abismo, apostar, y jugar las fichas. Una persona inteligente no se enamora, una persona inteligente busca compartir, busca sexo sin compromiso, busca el placer, busca divertirse, y lamentablemente para todos los que cometimos la estupidez inconsciente de enamorarnos, todas esas cosas vienen con el combo/paquete de amor al que estamos sujetos. Es un sentimiento innecesario, absurdo y doloroso. Ridículo, tonto y poco racional. Compartido, pero solitario a la vez. La cuestión densa dentro de todo esto radica en que las personas NO elegimos enamorarnos, no pensamos al hacerlo porque ni siquiera sabemos cuándo, cómo, de qué manera ni en dónde sucede, solo nos damos cuenta cuando (por más cursi que suene) sentimos esas malditas y asquerosas mariposas dando vueltas en el estómago, y al fijarnos en que pensamos constantemente en esa persona. No tenemos la culpa, nos enamoramos y punto. Personalmente, cabe recalcar que es un poco más complicado cuando te enamoras de alguien del mismo sexo (en mi caso, por ejemplo), o cuando esa persona no es correspondida. El amor duele. Sí, duele, solo para que lo sepan.

Duele, sí.

La cagada en todo esto es que no podemos hacer nada para reprimirlo, para apagarlo… para pararlo, ni mucho menos podemos hacer nada para dejar de estar enamorados cuando sencillamente ya lo estamos. Personalmente, odio el amor. Me vuelve irracional, estúpido, poco sobrio y pesado… pero en contrapartida paralela, AMO estar enamorado. Es un punto de vista bastante contradictorio afirmar que odio el amor pero que a la vez amo estar enamorado, pero así es. Personalmente, no aconsejo a nadie a enamorarse, pero recalcando el hecho de que sobre esas cuestiones no se pueden mandar, asumo que es absurdo.

Me siento bien enamorado, me gusta estar enamorado de mi novio por más complicaciones que tengamos en el presente/futuro, porque las complicaciones superadas en el pasado me bastan para reconocer que (maldita sea): el amor es más fuerte.

Yo estoy enamorado, y lo disfruto, y vos?

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